El 26 de enero de 1970, asistí a la residencia del señor Donaciano Vargas Rojas, fui invitado por el viejo caudillo, era costumbre suya invitar a los forasteros que según sus opiniones venían a atrapar los puestos, que el se dignaba proteger y guardar ya que correspondían a sus ciudadanos. –Óigame maestro- me llamó la señora de Vargas, a que partido pertenece usted, no lo hemos visto, en ningunas de las reuniones hechas por mi marido. Por mi madre que me sorprendí, por la forma que esta mujer me hablaba sin ningún tipo de precaución, y en los términos políticos que lo hizo. De toda manera le manifesté no puede verme usted ya que tampoco asiste a las reuniones que convoca el mío. Es costumbre mía, aprendida de mis padres, no asistir a las iglesias donde el cura cantaba la misa en lengas no hablada por mí, como tampoco iba a fiesta, donde los músicos cantaban bachatas que no sabía bailar. ¿Qué le sucede señora? la veo molesta, si por mi respuesta ha sido, disculpas miles le ruego, acepte usted. Al darme cuenta que al caudillo no le satisfizo mi actitud de buen grado pedí excusas nueva vez.
La casa donde vivían era limpia, espaciosa, como la del tutumpote que era, en las paredes exhibía fotos del presidente de la república, la de los padres de la patria, cerca de la puerta que llevaba al dormitorio principal de la vivienda, estaba la suya y de la primera esposa madre de sus hijos. Luego en l fondo se veían alejados, el licenciado Luis y Yayo… ambos abogados. Dos butacas y un gran sofá casi juntos por el poco uso, estaban frente al comedor. La mesa de éste, era de seis sillas de ébano verde, se ufanaba de haber sido de la guardia de Món, de Jiménez y de Horacio y Trujillo. En esa mesa sólo se servía alimentos para mostrar, no para consumir, propio de la gerontocracia aristócrata, de todos los tiempos. Pero para el día de mi invitación, sobre el fino mantel había cerdo horneado y cerdo a caballo en escabeche dorado en vino de vinagre de tamarindo azucarado. Ensalada de ajíes cachuchas en vinagre de piña y cereza, una olla de fina porcelana sostenía mangos manjosé, tablitas, y creo que huevitos de chivo. La paloma asada, la ensalada verde estaban en otra pequeña mesa de rueda, muy cerca del caudillo anfitrión. Había entre muchas chicharras alimenticias, estaba el cazabe, guineos, rulos y yuca hervida. ¿Qué le sirvo maestro? La señora era un asta de bandera, arrogante, altanera y soberbia. Buscaba mi tendón débil, pero era imposible hallar lo que no ha existido nunca. Ella pensaba que yo dejaría si tenía, todo el orgullo, en la mesa del comedor, con actitudes glotoneas, voluptuosas y gulosas. Pero nunca he sido un cliente de la lujuria. Nunca a un hijo de mis padres abochornarían por usar lo que no nos corresponde emplear y para el caso de comida menos.
¿Le agrada el cerdo, la paloma o el conejo? Preguntó la señora de Vargas.
Sin alebrecarme, ni emocionarme más de lo que un Arias, se puede emocionar, pero por ser mandinga, mis piernas se agitaban y en casos no pocos, los axones de mi espalda, se tensaban como la guitarra de don Juan Lockuard, pero sin delatarme. Le dije- si es que es placentero, para usted, señora, servirme con una hoja grande de lechuga y el pichirrí de la paloma está bien apreciada señora. Con eso tengo yo. Los pobres nunca comemos muchos cuando estamos lejos de los nuestro. Estaré más que complacido, satisfecho. El caudillo escuchaba el diálogo que la esposa sostenía conmigo, hubo casos que subió los dos hombros, y movió los dedos de ambas manos. Su rostro estaba a la expectativa, a veces de agresión. Esa comida, maestro, manifestó el sabueso… es escogida para usted, dándole la bienvenida a este pueblo señor maestro, usando la política de buena vecindad, pruébese el guiso de cerdo o el de conejo.
-No, en mi forma de ser, no existe, no hay vínculos que me permitan transitar triíllos por donde no hay más que una salida. No vamos donde no estamos acostumbrado ir. Pero señor, mis padres, me enseñaron a agradecer, por lo que les agradezco a usted y a su amada esposa, la gentileza que pusieron, en mi persona… lo que como un honor recibo el haber compartido en tan honorable hogar. Siento, que me han distinguido y eso debo agradecer. Y me inclino a sus pies… a los de ambos. Estoy muy complacido… siento el no haberle complacido. El anciano comprendió que no llegaría a ser amigo de mi persona, oí que le murmuró a la señora: si para comer es tan bronco… imagínate más complicado será para cumplir encargo. Lo vi de soslayo masticar el aire luego le llegaba un bostezo que rechazó. Este muchacho- dijo a su mujer que intentó servirse- es diferente, es de otra cosecha. Tiene objetivos y planes y proyectos. Las vainas se parecen pero no todas guardan lo mismo. Ni comió ni bebió, es otro tipo de individuo. Los hombres de planes son casos imposibles de cambiar. Se produjo un silencio de luto, la señora abandonó en comedor yo observaba al caudillo, que masticaba el aire como los acostumbrado a masticar gomas dulces, a pesar de eso estaba atento a las acciones de ese viejo sabueso. Sin que lo esperara el me preguntó por mis planes y más invitó nueva vez a tomar a la salud del presidente de la república. Le respondí que eran bastantes mis proyectos, el principal es conseguir que los niños sepan quienes son los verdaderos enemigos de sus padres, que sepan distinguir a los explotadores de sus abuelos y ahora de sus padres que aprendan a establecer diferencias de los amigos y de los enemigos que puedan darse cuenta que el que es amigo de su enemigo es enemigo suyo… que el que es amigo de su amigo, amigo suyo es. Je, je, je, je pero señor Vargas el gran enemigo de todos es la ignorancia, es la falta de conocimiento, el analfabetismo, el engaño, la traición. Hemos sido seleccionados para desterrar esos males, en un gran porcentaje de su querido San José de Altamira. Somos una especie de antivirus, flechadores, como decían a los que en mi niñez fumigaban las casa por orden de las oficinas de la Malaria. Combatimos la mentira y a los mentirosos, al engaño y a los timadores, es por eso señor Vargas que a los maestros como Antonio García, y como a nosotros la clase que se beneficia de la ignorancia del pueblo, nos desprecia y emplea todo el dinero del mundo en caso de tenerlo a su alcance para alejarnos del servicio… y pagan para que a nosotros no se nos pague un salario que si quiera podamos comer con libertad. Antonio García y yo somos la muestra, así de simple… así de sencillo. Nosotros odiamos las maniobras maquiavélicas, la sumisión. Mis proyectos y planes, vuelvo y le digo don Chano, tocarán los actos terroríferos y corruptos que pienso que también usted, ha estado en contra, por enanizador de la dignidad del hombre y de la mujer quienes han sido victimas por siglos. Debemos construir un puente entre la luz y la sombra. Para limpiar las malezas de esas veredas heredadas, cadillares, las breñas y furnias impidiendo la penetración de la luz de la conciencia, para la eliminación total de esa sombra monstruosa llamada ignorancia. Estuvimos sentado dos horas en la galería, cuando el bebía ron yo tomaba agua. La luna irradiaba desde la loma La Prieta, trapazaban con dificultad las copas salvajes del bosque, que a esa hora de prima noche, era azulado tirando a cenizo. Se nos presentaba como una torta de cazabe redonda pero amarilla. Disfrutemos de la hermosura de la noche, que en esta calle San José, son Únicas. Saludó al señor Expedito Paulino, que le levantó un brazo y yo saludé al señor Papote Rivera, padre de la señorita Maribel y Gladis la primera lo dijimos ya era la novia del encargado del programa de café y cacao en la zona, Julio Pérez y la segunda maestra junto conmigo en la escuela Primaria Enrique Chamberlaint. Miré las bellas piernas de la señora, y recordé las de la profesora Socorro Collado, de la escuela normal. Estuvo sentada en la cómoda en el extremo oeste de la galería, pero no pude conocer las intensiones suyas porque una gigante sombra se interpuso al cruzar la mas grande gata que humanos hayan visto. Las descruzó cuando conocía de los cruce de la felina. Después de unos cuantos brindis, me ausenté, pero al retirarme encendí un premier 100 y se lo entregué al caudillo, al que dejé fumando. -¡Hasta pronto, maestro! Inhaló un poco de humo claroso y tosió cuando ya yo estaba en la casa de la profesora Socorro Montan, la directora. Semana más tarde estando con los profesores en receso de la mañana, le conté lo sucedido en la residencia del caudillo, quienes me aconsejaron cuidarme de las enredaderas que pudiera hallar, en mis pasos a partir de la fecha. Cada uno, me dijo algo interesante, Vidal Reyes, hermano de doña Olga Reyes, quien fuera maestra en la escuelita de mi vecindario, -¡cuídate, Yuyo! Apodo que el y nosotros intercambiábamos, que ese individuo no perdona ni a sus nietos. Antonio García se rió bastante después dijo- Prof., no se deje coaccionar por la bestia, que usted la conoce, eso es lo que a ellas les falta. Alguien que lo ridiculice. Está bien, que esa bestia muerde y patea, máxime cuando alguien no se dejó patear. Fue Maritza Ureña la que dijo- ¡cuídate, cuídate! también del Juez. Los lugares que visitábamos eran chequeados como si estuvieran persiguiendo a un puerco con la fiebre porcina, o una gallina con la peste. Cuando entraba al comedor de Adelaida, sentía que me chequeaban, cuando iba a los bares donde Aquilino Frías, o donde Cheché Álvarez. Mis primeros amigos fueron Amparo, Lina, Antonio García, Vidal Reyes, Aníbal Álvarez, Esteban Espinal. Además de Máximo Rodríguez, Fidencio Colón, Negro Arias, José Collado, Nininga Vásquez, Alma Mendoza, Luisa Ureña, Aurita y Luchín, Maribel, Ramón, Miguel y Martza Canahuate, Ángel, Rafael el hermano de Wilfrido…y cientos de personas queridas que de algunas formas fueron afectadas por ser mi amiga.
La casa donde vivían era limpia, espaciosa, como la del tutumpote que era, en las paredes exhibía fotos del presidente de la república, la de los padres de la patria, cerca de la puerta que llevaba al dormitorio principal de la vivienda, estaba la suya y de la primera esposa madre de sus hijos. Luego en l fondo se veían alejados, el licenciado Luis y Yayo… ambos abogados. Dos butacas y un gran sofá casi juntos por el poco uso, estaban frente al comedor. La mesa de éste, era de seis sillas de ébano verde, se ufanaba de haber sido de la guardia de Món, de Jiménez y de Horacio y Trujillo. En esa mesa sólo se servía alimentos para mostrar, no para consumir, propio de la gerontocracia aristócrata, de todos los tiempos. Pero para el día de mi invitación, sobre el fino mantel había cerdo horneado y cerdo a caballo en escabeche dorado en vino de vinagre de tamarindo azucarado. Ensalada de ajíes cachuchas en vinagre de piña y cereza, una olla de fina porcelana sostenía mangos manjosé, tablitas, y creo que huevitos de chivo. La paloma asada, la ensalada verde estaban en otra pequeña mesa de rueda, muy cerca del caudillo anfitrión. Había entre muchas chicharras alimenticias, estaba el cazabe, guineos, rulos y yuca hervida. ¿Qué le sirvo maestro? La señora era un asta de bandera, arrogante, altanera y soberbia. Buscaba mi tendón débil, pero era imposible hallar lo que no ha existido nunca. Ella pensaba que yo dejaría si tenía, todo el orgullo, en la mesa del comedor, con actitudes glotoneas, voluptuosas y gulosas. Pero nunca he sido un cliente de la lujuria. Nunca a un hijo de mis padres abochornarían por usar lo que no nos corresponde emplear y para el caso de comida menos.
¿Le agrada el cerdo, la paloma o el conejo? Preguntó la señora de Vargas.
Sin alebrecarme, ni emocionarme más de lo que un Arias, se puede emocionar, pero por ser mandinga, mis piernas se agitaban y en casos no pocos, los axones de mi espalda, se tensaban como la guitarra de don Juan Lockuard, pero sin delatarme. Le dije- si es que es placentero, para usted, señora, servirme con una hoja grande de lechuga y el pichirrí de la paloma está bien apreciada señora. Con eso tengo yo. Los pobres nunca comemos muchos cuando estamos lejos de los nuestro. Estaré más que complacido, satisfecho. El caudillo escuchaba el diálogo que la esposa sostenía conmigo, hubo casos que subió los dos hombros, y movió los dedos de ambas manos. Su rostro estaba a la expectativa, a veces de agresión. Esa comida, maestro, manifestó el sabueso… es escogida para usted, dándole la bienvenida a este pueblo señor maestro, usando la política de buena vecindad, pruébese el guiso de cerdo o el de conejo.
-No, en mi forma de ser, no existe, no hay vínculos que me permitan transitar triíllos por donde no hay más que una salida. No vamos donde no estamos acostumbrado ir. Pero señor, mis padres, me enseñaron a agradecer, por lo que les agradezco a usted y a su amada esposa, la gentileza que pusieron, en mi persona… lo que como un honor recibo el haber compartido en tan honorable hogar. Siento, que me han distinguido y eso debo agradecer. Y me inclino a sus pies… a los de ambos. Estoy muy complacido… siento el no haberle complacido. El anciano comprendió que no llegaría a ser amigo de mi persona, oí que le murmuró a la señora: si para comer es tan bronco… imagínate más complicado será para cumplir encargo. Lo vi de soslayo masticar el aire luego le llegaba un bostezo que rechazó. Este muchacho- dijo a su mujer que intentó servirse- es diferente, es de otra cosecha. Tiene objetivos y planes y proyectos. Las vainas se parecen pero no todas guardan lo mismo. Ni comió ni bebió, es otro tipo de individuo. Los hombres de planes son casos imposibles de cambiar. Se produjo un silencio de luto, la señora abandonó en comedor yo observaba al caudillo, que masticaba el aire como los acostumbrado a masticar gomas dulces, a pesar de eso estaba atento a las acciones de ese viejo sabueso. Sin que lo esperara el me preguntó por mis planes y más invitó nueva vez a tomar a la salud del presidente de la república. Le respondí que eran bastantes mis proyectos, el principal es conseguir que los niños sepan quienes son los verdaderos enemigos de sus padres, que sepan distinguir a los explotadores de sus abuelos y ahora de sus padres que aprendan a establecer diferencias de los amigos y de los enemigos que puedan darse cuenta que el que es amigo de su enemigo es enemigo suyo… que el que es amigo de su amigo, amigo suyo es. Je, je, je, je pero señor Vargas el gran enemigo de todos es la ignorancia, es la falta de conocimiento, el analfabetismo, el engaño, la traición. Hemos sido seleccionados para desterrar esos males, en un gran porcentaje de su querido San José de Altamira. Somos una especie de antivirus, flechadores, como decían a los que en mi niñez fumigaban las casa por orden de las oficinas de la Malaria. Combatimos la mentira y a los mentirosos, al engaño y a los timadores, es por eso señor Vargas que a los maestros como Antonio García, y como a nosotros la clase que se beneficia de la ignorancia del pueblo, nos desprecia y emplea todo el dinero del mundo en caso de tenerlo a su alcance para alejarnos del servicio… y pagan para que a nosotros no se nos pague un salario que si quiera podamos comer con libertad. Antonio García y yo somos la muestra, así de simple… así de sencillo. Nosotros odiamos las maniobras maquiavélicas, la sumisión. Mis proyectos y planes, vuelvo y le digo don Chano, tocarán los actos terroríferos y corruptos que pienso que también usted, ha estado en contra, por enanizador de la dignidad del hombre y de la mujer quienes han sido victimas por siglos. Debemos construir un puente entre la luz y la sombra. Para limpiar las malezas de esas veredas heredadas, cadillares, las breñas y furnias impidiendo la penetración de la luz de la conciencia, para la eliminación total de esa sombra monstruosa llamada ignorancia. Estuvimos sentado dos horas en la galería, cuando el bebía ron yo tomaba agua. La luna irradiaba desde la loma La Prieta, trapazaban con dificultad las copas salvajes del bosque, que a esa hora de prima noche, era azulado tirando a cenizo. Se nos presentaba como una torta de cazabe redonda pero amarilla. Disfrutemos de la hermosura de la noche, que en esta calle San José, son Únicas. Saludó al señor Expedito Paulino, que le levantó un brazo y yo saludé al señor Papote Rivera, padre de la señorita Maribel y Gladis la primera lo dijimos ya era la novia del encargado del programa de café y cacao en la zona, Julio Pérez y la segunda maestra junto conmigo en la escuela Primaria Enrique Chamberlaint. Miré las bellas piernas de la señora, y recordé las de la profesora Socorro Collado, de la escuela normal. Estuvo sentada en la cómoda en el extremo oeste de la galería, pero no pude conocer las intensiones suyas porque una gigante sombra se interpuso al cruzar la mas grande gata que humanos hayan visto. Las descruzó cuando conocía de los cruce de la felina. Después de unos cuantos brindis, me ausenté, pero al retirarme encendí un premier 100 y se lo entregué al caudillo, al que dejé fumando. -¡Hasta pronto, maestro! Inhaló un poco de humo claroso y tosió cuando ya yo estaba en la casa de la profesora Socorro Montan, la directora. Semana más tarde estando con los profesores en receso de la mañana, le conté lo sucedido en la residencia del caudillo, quienes me aconsejaron cuidarme de las enredaderas que pudiera hallar, en mis pasos a partir de la fecha. Cada uno, me dijo algo interesante, Vidal Reyes, hermano de doña Olga Reyes, quien fuera maestra en la escuelita de mi vecindario, -¡cuídate, Yuyo! Apodo que el y nosotros intercambiábamos, que ese individuo no perdona ni a sus nietos. Antonio García se rió bastante después dijo- Prof., no se deje coaccionar por la bestia, que usted la conoce, eso es lo que a ellas les falta. Alguien que lo ridiculice. Está bien, que esa bestia muerde y patea, máxime cuando alguien no se dejó patear. Fue Maritza Ureña la que dijo- ¡cuídate, cuídate! también del Juez. Los lugares que visitábamos eran chequeados como si estuvieran persiguiendo a un puerco con la fiebre porcina, o una gallina con la peste. Cuando entraba al comedor de Adelaida, sentía que me chequeaban, cuando iba a los bares donde Aquilino Frías, o donde Cheché Álvarez. Mis primeros amigos fueron Amparo, Lina, Antonio García, Vidal Reyes, Aníbal Álvarez, Esteban Espinal. Además de Máximo Rodríguez, Fidencio Colón, Negro Arias, José Collado, Nininga Vásquez, Alma Mendoza, Luisa Ureña, Aurita y Luchín, Maribel, Ramón, Miguel y Martza Canahuate, Ángel, Rafael el hermano de Wilfrido…y cientos de personas queridas que de algunas formas fueron afectadas por ser mi amiga.
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