sábado, 17 de octubre de 2009

FRAGMENTO DE UNA NORIA EN EL CAMINO

Doña Daniela Arias fue al dormitorio de su hijo y puso la carta, procedente de la Vega, encima de la toalla que estaba en el espaldar de la cama. Al despertar sonrió en forma cuadrada al ver las letras de Margarita Almánzar a la que le llamaba Margarita Dalia. Con leer ese nombre se energizaba y aliviaba sus condenas. Parecía que un tornado de buena energía le activaba sus pulmones, dándole el contenido inmortal. Sonrió a su madre, agradeció lo de la carta, luego de beber café y de recibir las bendiciones, marchó para la oficina de educación en la provincia. Tenía comprimido el pecho, era la sexta vez que entraba en una oficina de Estado buscando el nombramiento que como egresado de una escuela de internos, le correspondía… eso decían para maximizar el interés por la escuela y sólo hallaba el tradicional letrero, “No Hay Vacante”, molestoso para los desocupados. En la oficina había poca gente, parecía un día feriado, la secretaria de servicio informó que el señor director regional estaba por llegar. Desalojé el espacio que en la oficina ocupaba y marché a la primera planta para en la paletera esperar al señor Oficial de la educación, comiendo menta o bebiendo frío, frío y mitigar un poco el calor. En la referida paletera estaba la señorita Daisy Ulloa, quien había sido su maestra en segundo teórico, mientras impartía la biología de ese grado en el Liceo Enrique Emmanuel Ashton de la comunidad imbertolina. También fui compañero suyo en el aula de redacción y estilo, bajo la regencia del yertísimo maestro Alberto Malagón. En la universidad Autónoma de Santo Domingo.
-¡Hola profesora!
-¿Qué tal Arias? ¿Qué haces por aquí?
-¡yo busco empleo maestra!
-También yo.
Mientras conversamos ascendió al patio de la dirección regional de Educación un carro rojo, se desmontaron el señor Primitivo Trinidad, director regional de Educación y el joven Diego Gómez, guardián del Liceo. E. E. Ashton y estudiaba periodismo. Era reportero en los medios radiales de la región y en los escritos de Santiago y de Santo Domingo. La maestra ingresó a la oficina y conversó con el director, yo me quedé con el reportero, me había dicho que espera que nos fuéramos para Altamira, donde me dejarían puesto en la Escuela Enrique Chamberlain, donde requerían de un maestro, que tenían 22 días estaban en huelga,. Que yo era la solución. Así mismo ocurrió.
Mi situación fue mejorando desde el punto de vista económico y emocional, pues podía ayudar a mi familia, en los primeros años de labores como maestro en Altamira. En lo social el diámetro de relaciones se extendía. Comía en donde la señora Adelaida, vivía en un pequeño cuarto que me alquiló la señora Herminia Hernández, conocida en mi comunidad, y especial en mi casa porque doña Milita, como era ella conocida, había sido maestra durante varios años en la escuela de Bajabonico Arriba.
Primitivo Trinidad, director Regional de educación, pertenecía a la cúpula del Partido de Gobierno, en la comunidad de Nagua, de donde era oriundo. Sin embargo manejaba los asuntos educativos, en Puerto Plata, donde era visto por los jefes políticos de su partido, como a un intruso. Cuanto en las escuelas principales de territorio, se producía una vacante, se lo nombraban sobre su cabeza. Le permitían recomendar sólo cuando les convenía. Fue por eso que le permitieron que me nombrara en Altamira. Donde en apariencia el pueblo estaba en arma. Pero por encima de todo el mundo el partido impuso a Rigoberto Sibilia, sacado de academia militar, para imponerlo como director de Liceo Enrique Emmanuel Ashton, en Imbert. También le impusieron a la profesora Ulloa, con la que no tenía controversia, en las aulas del referido centro escolar secundario.
La comunidad de Altamira recibió con agrado mi nombramiento, para impartir las clases en el 5to y en el 6to grados, levantaron la huelga que llevaba 23 días. Margarita allá en Ranchito de la Vega, recibía la carta de contestación que yo le enviaba informándole de mi nombramiento. La madre cuestionó, la pureza de nuestra amistad. Sin embargo Margarita se fue a leer mi carta al dormitorio como en tiempo del internado. Olía el sobre que contenía la carta mía, de esa forma recordaba el rostro mío. Me imaginaba debajo de las verdes sombras del laurel. Ella continuaba la lectura de la carta: “he sido nombrado con dos tanda en la escuela de Altamira, me agradó recibir informe de ti, lo que llenó de mucha energía mi existencia pública. Mi mamá, que no deja de mencionarte, me dijo” si esa carta que lees, es de Margarita, de esta semana no pasarán sin que te nombren”
La escuela, decía en la carta, es muy vieja en sus paredes abundan las marcas de los años y la prisa de las manos del viento. Abundan los letreros en las paredes. De sus grietas, en el techo ventilan, el cenit, las puertas, en muchos casos, están sucias y en el suelo. Hay un anexo en construcción para alojar los grados que en el ayuntamiento mal funcionan. Pero el personal docente y administrativo es agradablemente aceptable, los que funcionan como docentes de la intermedia, son doña Eugenia Bodden, Antonio García, Enrique Mendoza, y Rafael Peña, son gentes buenas, se consideran mundo aparte, de los de la primaria. Los de sexto y quinto colaboran el uno con el otro. La competencia en esta Escuela se siente y beneficiosa para los estudiante. La dirección recae en la persona de la señora Socorro Montan, esposa del dirigente reformista Choel Canhuate, diputado por Puerto Plata, es una mujer muy cultivada ama la gente, porque ama la lectura. Fuma a cada instante, es de baja estatura, de piel rosada, casi amarilla. Sus cabellos muy olorosos, casi siempre están sueltos, en el portal trabaja un dirigente reformista de nombre Domingo Frías, parece inofensivo, es de mediana estatura, moreno. El sereno siempre cuenta sueños que tuvo en la noche, parece que no se da cuenta… , para no cansarte, Margot, te diré que me he encontrado con personas que se me parecen a otras, eso no es extraño, verdad que si, que no es extraño…, Luisa Ureña, imparte clase en sexto grado, en horas del alba, como yo a pesar de ser morena y tener los cabellos negros también hace cosa que pienso de inmediato en ti, y miro sus ojos que son grandes, hermosos, cloros amarillos, hablan, no como son los tuyos. Mide 5 pies y algunas pulgadas, es dulce. Adriano Vidal Reyes, Maritza Ureña, y yo formamos el cuarteto de los de primaria. Sólo Vidal y yo, somos maestros normales. Ah, y Antonio García, que imparte las matemáticas de la intermedia.
De los estudiantes no hay nada mejor, son de todos tipos, ahí en la escuela, está la manera de comportamiento del Altamirano, hay blancos y morenos… también hay rencorosos, y pesimistas. Muchos son exhibicionistas, pero hay socialistas como los Mellizos y Máximo Rodríguez, pero extra escolares. Fuera de las aulas la gente es buena eso parece. Me refiero a la población de clase popular, la media te observa con cuidado, hace anotaciones… me llevo bien con el camarlengo y el cura, de la ortodoxia católica, son de pensamientos comunitarios. El cura es de Baitoa, de nombre Esteban Espinal, y el secretario se llama Arismendi -ITO- Cabrera Vargas siempre están acompañados por muchachas que encabeza, Mamy Frías, Amparo Cabrera Arias, Aurita Bontempo etc, los varones que me visitan y que con gratitud recibo son a Máximo Vargas, Manuel Reinoso, Máximo Rodríguez y su hermano Juan. A Fidencio Colón y a un primo suyo de nombre Emilio.
Ciro Lapaix, natural de San Juan de la Maguana, en el sur de la república, continuó los estudios universitarios y al siguiente mes de haber finalizado los de la escuela Normal. Estando en el campus universitario nos encontramos en el paraninfo de Humanidades donde acudiríamos ambos sin saberlo, a la misma aula y con los mismos propósitos. La Universidad Autónoma de santo Domingo, realizaba el primer curso intensivo de varano para maestro o para estudiantes de pedagogía. Duramos 6 meses, los días de vida del curso, intercambiando opiniones y noticias de las ocurridas especial de la guerra de Vietnam, las consecuencias de los bombarderos. Nunca supe el domicilio de Lapaix, no me lo dijo, no se lo pregunté. Nosotros residíamos en la casa de la señora Hilaria Sandoval, madre de Ramón, De Fredy, de Grecia y tía de Rubén Darío Sandoval, asesinado, este último, en la Cancha, del Club Héctor J. Díaz, por tropas del gobierno Balaguerista. Doña Hilaria de apodo Niña, vivía en la calle Enrique Dunant, no 12 del ensanche la Fe. Cerca de la escuela Fidel Ferrer, desee laborar nombrado por la secretaría de educación por conocer la población educativa, aunque no como la palma de mis manos pero había dado clase en sustitución por enfermedad, de un maestro amigo de Ramón Sandoval. Cuando Lapaix tuvo necesidad de alguna cosa iba a la casa de la familia Sandoval a buscarme. Doña Niña conocía la familia de mía, hasta se consideraban como parientes…ella y papá crecieron en los mismos predios del Bajabonico y de Arroyo Capitán. Por esa razón y otras que no vienen al caso explicar vivía en su casa como en una embajada de un país hermano. Era para mí como para Chichí Tamayo, una Noria en mitad de un camino polvoriento. Hacia la universidad o hacia la trinchera. Ella tuvo siempre una sábana para arropar a los amigos de sus hijos y de la única hija. Nunca faltó la tajada de aguacate, o de mango, o el pedazo de guineo para poner en la comida que nos servía como lo hizo con sus tres nobles hijos.
-Vittor, decía doña Niña- te busca Lapaix, está en la galería, dile que pase. La señora Sandoval comía algo de merienda a las tres o tres y media de la tarde. O frutas o comía dulces jalaos o de maní, que ella o Grecia fabricaba. La llegué ver comer naranjas en hollejos, que desmenuzaba con la delicadeza de su porte de mujer elegante. Yo me iba con Ciro Lapaix, a la bomba de la Máximo Gómez, frente al cementerio, donde departíamos mientras, tomándonos un jugo de frutas o un refresco country club con hielo picado.
¡Caramba Arias, me decía Ciro Lapaix- no has sabido tú, de Ángela Guzmán? La recuerdo, por su piel de café, y por la voz de ruiseñor, ponía tanta melodía, que el arrullo de una paloma parecía.
-Claro que la recuerdo, quien puede olvidar aunque el tiempo se vaya, a sujeto como ella, su nombre era Andrea, tenía un novio de nombre Chicho, era agrónomo, cojeaba de la pierna derecha. Llegué a creer que se interesó por ti, Kleber Soriano y yo, creímos que tú, volverías al colegio por ella,

-Recuerda que te dije, haberla visto el laurel, con el profesor Contreras, pues, era con su Chicho que estaba. Fue desde entonces que me desinteresé de ella. Además supe por José Enrique García, el poeta, que ese individuo tenía solvencia conducta económica. Me reí con la construcción conducta económica, por hallarla impropia. Pero bueno, así es, así es… continuó encendió un cigarrillo de los largos llamados premier 100, al que encontró perfumado, pero demasiado largo.

El recreo había finalizado, los profesores Ureña Martínez, Mendoza y Peña se deleitaron con mi historia. Mañana continuaremos, dijo Adriano Vidal, está bien dije y agarré la silla donde estuve sentado. La desconfianza en que reciben a un extraño, se fue disipando con mi integración a las actividades de la comunidad. No iba a la misa, pero iba al secretariado cural, era amigo del sacerdote Espinal y del camarlengo. A quienes las autoridades gubernamentales y del partido colorado odiaban a verlo morir.
Yo comía en la fonda de doña Adelaida Peña, recibía las tres comidas por un peso diario que pagaba los 27 o los 28 de cada mes. Fue allí donde conocí Julio Pérez Lambertus, agrónomo encargado del proyecto café y cacao de la secretaría de agricultura de la zona, correspondiente a la dirección regional de San Francisco de Macorís, que dirigía el Agrónomo Juan Pablo Duarte García. Julio Pérez era alto, delgado, usaba botas tejanas, y de la correa colgaba un cuchillo de campaña o vaqueros. Usaba camisas a rayas o a cuadrito muy pequeños, y un hermoso sombrero de alas anchas. Julio era muy vulnerable entre las faldas de las muchachas altamiranas, las de su coloquio farandulero… las de más alto perfil eran Aurita, Luchín Bontempo, y Maribel Rivera González, quien era su novia. No bailaba y cuando lo hacía era para complacer a Maribel con la melodía delicada de algún bolero de Lucho Gatica, de Tito Rodríguez o de Leonardo Fabio. Otras admiradoras y eran de su Garden Club, Primavera, Niniviana Alma, Sonia… Maribel era del Garden club, quizá la más débil, la menos arrogantes, quizá la que menos expelía su perfume erótico por prudencia… fue con ella y con Aurita, con quien más pronto me enfrasqué compartía amistad y cariño llegué a emitir mis sueños y quizá escucharon algunos de mis anhelos sociales.
A las ocho de todas las noches me la pasaba leyendo obras como Conceptos elementales del materialismo histórico de Martha Harnecker, leía el tomo uno de Karl Marx, el proceso de producción, el proceso global de la producción capitalista. También de Marx. Esa noche leía a Engracia y Antoñita, tocaron con suavidad la puerta, ni me moví, pero al continuar con cierta periodicidad, abrí, era una alumna vecina, enviada según ella, por sus padres para informarme que estaban a mis órdenes, para los casos urgentes que se me pudieran presentar. Agua fría para tomar o para aseo de emergencia. Lo vi bien y lo agradecí, Sonia, que era el nombre, de la hermosa alumna, hija de Bernabé Santos, se quedó conversando de cosa nimias, luego de un rato vino su otra hermana y novia del Camarlengo, a buscarla. La noche era calurosa, el cielo estaba como un vivero de estrellas florecidas, no había luna pero los reflujos de las estrellas disipaban los caminos.

Era 19 de diciembre del año 1969, ya yo había cobrado los meses de octubre y de noviembre, eran mis primeras vacaciones como empleado del Estado, parecía que todo iba sobre rueda, me divertí conversando con Lina Moya, con Aníbal Álvarez y con Filgia Amparo Cabrera, quien recordaba que era enamorada o novia de Antonio Morrobel estudiante del Enrique Emmanuel Ashton, natural de Luperón. Moya y Arias realizaban licencia por embarazo en la escuela y Álvarez tenía una escuela comercial en la calle San José al lado de la residencia de la señora Eugenia Bodden y de la policía, tanto Lina como Filgia, realizaron el último curso de secundaria en mi municipio, y fue donde las conocí. Meses mas tarde pasé a laborar en la escuela de comercio de Aníbal Álvarez, para impartir clase de redacción y de corrección en horas vesperales, lo mismo ocurrió en el liceo Luperón, que fundó el profesor Aníbal, con la colaboración nuestra y especial del joven Cándido Silverio, en el liceo entregaba clase de lengua española, de teoría literaria, de literatura española y de historia de la literatura dominicana. Andábamos con el bacalao a cuesta. De ahí se aleja Cándido estimulado por el joven José Augusto Ventura, y fundan el liceo en la comunidad de Palmar grande, que inician con los dos primeros grados. Al alejarse del centro el señor Cándido no repartimos las materias y acepto impartir materias, en una actitud que propia de la corrupción en que nos desenvolvíamos, de las ciencias naturales y sociales. Seguíamos con el bacalao en la espalda.
Altamira estaba acostado en un catre de montaña, en el mismo vientre verde de la cordillera septentrional, aunque había agua eran dos pequeñas arroyuelas, que se escondían en verano, como un reptil en escasas arenas húmedas, oscurecía muy temprano. Las casas de maderas y muy escasas de cemento facilitaban un ambiente, para mi, un ambiente de solemnidad y de tristeza, y de augustísimo misterio. Los cabritos brincaban hacían piruetas en las calles del coco, no muchos perros marcaban con orine su territorio, como en esas fincas grupos de personas humildes marcan solares que luego los burgueses mandan desalojar. Un sabueso, ya muy marcado por la pesada máquina del tiempo, mira para el lado de la derecha, atisbando para ver que no lo miraban los menos viejos, orinaba cautelosamente las paredes de la casa de doña Carmela Vargas, madre del Curarlengo, es decir el secretario de la casa cural. Esta vez lo hizo con libertad, por que los otros fueron correteados por don Antonio Cabrera, esposo de Carmela. Un poco más allá pero en la calle san José, estaban jugando decenas de niños menos que púberos, cuatro de ellos lloraban porque un tal José Luis les había roto las suyas, tan solo porque eran papeles del color blanco… y en esos días de inicio de la década del 70, el color blanco en el Pueblo de Wilfrido Vargas, era prohibido el uso hasta en los juego infantiles. Por el color que use te conoceréis, decían los reformistas. Me acerqué a una de las niñas y la respuesta que tuve fue- “cuando nuestras chichiguas son hechas con papeles blancos Juan Luis, amigo del Juez y de la policía viene y nos las rompe” le dije que era peligroso estar en las aceras a esa hora de la noche cuando se asoma un temporal.

Doña Daniela en el cortijo de los Arias, se hallaba muy alegre, porque me estaba yendo bien en el trabajo, enviaba las ropas limpias con Fidencio Colón, alumno que yo enviaba con las sucias. Colon relataba a mi hermana mayor los sucesos que terminaron con la vida del cura Cortina --Esa muerte fue muy extraña, dijo Colon desgranando poco a poco la información, la comunidad vivió la tragedia, como la de un hijo suyo, ya la gente lo están mistificando. Fíjese maestra, cuentan que el padre se comunica con su antigua feligresía, con tres toques de campanas. Doña Daniela, al tiempo que le servía una taza de chocolate con leche, sonrió. La maestra quería más detalles y Fidencio le dijo- cuando nosotros le preguntamos al profesor sobre lo que creía- El nos dijo que eran, simple charlatanería, de necios mentirosos y de los que piensan así. Doña Socorro Montan, en la reunión decía a los subalternos no piensen ustedes que porque sea yo, la esposa de un dirigente del partido en el gobierno, voy a cerrar mis ojos ante la realidad. No, yo no soy hipócrita. Lo que esta bien, bien está, pero lo que anda mal anda mal. Se que las clases son deficientes no sólo por las carencias de voluntad personal sino por la falta de recursos de los que administramos. No hay mapas, borradores tenemos que comprar la tiza, puertas y persianas en el suelo. Goteras en el techo, niños y niñas sentadas en piedras por falta de butacas… de esa manera no avanza nada. Falta de todo, empezando por el cariño a los y las estudiantes.
Hasta luego expresó colón que se devolvió para decirle a mi hermana, la maestra. —el profesor Arias nos explicó que para ocurrir un fenómeno, era de necesidad de una fuerza superior al fenómeno. Es así- exclamó mi hermana y bajo el brazo que usaba para saludar al joven estudiante que cogió los paquetes y se marchó.
Tres meses más tarde Julio Pérez y yo nos mudamos a una casa frente a la puerta del cementerio de la pequeña ciudad, en la calle Hermanas Mirabal Reyes, de dos dormitorios y de una amplia sala comedor, sanitario retrete, vivíamos más cómodos. Podíamos recibir limpiamente visitas y familiares.
Se me llegó a criticar porque me acostaba muy temprano, pero ahora como laboro en el Liceo me acuesto sobre las doce, ahora comentan que lo hago demasiado tarde. Voy al cine y a los restáuranes y hasta las barras de Cheché y de Agliberto Raposo. Ahora conozco donde hay tierra firme y donde movediza. Ahora declamo versos, y bailo en un estilo diferente a los Altamiranos que según apreciación nuestra se sienten ser más santiagueros, que puertopateños. Trato por no dejarme caer por la escalera que mis enemigos quieren verme rodar. Así soy, discípulo de Hostos y de Bosch. Pienso que por eso me persiguen. Muchas veces recuerdo las tertulias de las ventanas de los lagartos, la imagen de Margarita Almanzar, me arranca de lo profundo de mis recuerdos y lo llevó a mi dormitorio y por el embriaguez mi fantasía me empuja al éxtasis. Alcanzando un sueño restaurador de energías. La sueño, como mi amada esposa, con sus verdes ojos esmeraldas, embarazada de un valioso niño al que los amigos del Curarlengo del padre Cortina recitan para pasárselo a María la madre del hijo despierto secando las lágrimas de Dalia Margarita. Pensaba a veces lo escribía, vendrá a casarse aunque sea con nombre cambiado, la recibiré como a ella aunque sean ambarinos sus ojos y no esmeraldinos los besaré por la humildad de su pequeño cuerpo y la sencillez de sus labios, llamarán mi nombre y dentro de mi pondrán su pequeña cabeza de noche sin luna. En la puerta de mi corazón tocará y le abriré en una tarde dicembrina, de octubre o septembrina y se alojará en mí si contratiempo. Podrá para siempre dormir. Miré de nuevo las dos montañas que gemelas unidas parecían, en el espinazo del parque. Era un viejo obrero cansado con la azada al hombro zurdo, de llevar el saco de maní a cuesta como burro con las rodillas peladas, en las piernas de la cordillera.
Desperté, y de la mesita, la dama de las camelias cogí, sonreí para cambiarlo por Barsié, allí dejé las Cosas Añejas y Cañas y Bueyes. Abrí la página 17 y lo que pensé fue que en todo en diámetro de poblado y de su perímetro urbano no había centro de prácticas sexuales, que en el Jamo había una carnicería, una panadería y almacenes para la compra y venta de frutas y frutos como café y cacao. En la carretera Navarrete puerto plata, la bomba de gasolina daba la bienvenida, a los que venían del sur. Al norte del pueblo crecía con fuerza loma damajagua, al oeste las Piedras, en su centro localizábamos en correo postal, la casa cural, la iglesia, el cuartel para policía, entre la pequeña calle San José y la hermanas Mirabal Reyes localizábamos las residencias de Donaciano Vargas, antiguo y actual caudillo Balaguerista, la de Juaninín Vargas, ex sindico Municipal, la de Carlos Hernández, Juez de paz, y la del señor Gallardo, munícipe ejemplar y la de Socorro Montan directora de la escuela Enrique Chamberlain.
Se levanta como un gigante caído acostado, por la carga de los años, llevaba en los hombros el dolor de la pisada de los caminantes… Miré los libros en la mesita y saqué el dedo de la página 17, pero al parpadeo vi el cementerio en las rodillas del caído pueblo cuatri-centenario. En el pie derecho, en la uña del dedo meñique, viejita y desteñida como una cueva de barro impuro bostezando deja ver la escuela Chamberlain. En el pie izquierdo, de los dedos de mayor grosor, como una mula de arena levantando las orejas, el edificio que antes fuera, el partido dominicano, ahora alojan la salud pública Allá en la cabeza, al lado del edificio del ayuntamiento, que la gente de la ciudad le llamaba, el palomar, por el parecido con las casitas de las palomas, avecillas de plumajes níveos, estaba la clínica del doctor Mendoza, prestigioso galeno, que daba servicios a los débiles y a los olvidados. –lo trajeron de Nebraska una copia de las viejas edificaciones tejanas del 1600.






















No hay comentarios:

Publicar un comentario