martes, 20 de octubre de 2009

Frag. de una Noria en el Camino. Novela de Arias

**** Capitulo 3. ****

Eran las cuatro de la tarde. Máximo Rodríguez llegó junto a Juan y a Modesto, sus dos hermanos, el salón estaba repleto de estudiantes y padres de estos. Yo soy Leopoldo, y yo Freddy. Máximo preguntó por las características del subdesarrollo a los que le respondí—son indicadores que conocemos con precisión porque viven dentro de nosotros o con nosotros, el minifundio, el analfabetismo, medios de producción anticuados, mala alimentación, enfermedades sífilis, venéreas. Oye Máximo no son 100 los indicadores del subdesarrollo sino, cientos… así que esas muestras que te he dado te servirán para llegar a las demás. Pero anotas estas otras entonces otros se animaron a escribir: falta de carretera, de agua potable, de luz eléctrica, de escuelas, de clínicas, de medicinas, de aguas potables, y si por casualidad hubiera caminos vecinales, es porque beneficia a algún tutumpote. Bajos jornales, no hay comunicación ninguna oficina del estado para tratar asunto estatal, o comunitario. Me calme y bajé la voz al darme cuenta que era observado por una joven quinceañera, de las que andaban con Máximo y sus hermanos. Cuando ella se dio cuenta que yo también de soslayo la atisbaba, se marchó sin dejar algún rastro.
Yo la hallé hermosa, se lo comunique a Julio Pérez quien dio los toques finales a la reunión hablando de la variedad de café conocida como caturra. Habló de la poda de acodo. Al finalizar… Esteban Espinal me llamó, también a Julio Pérez. Llegamos a la terraza de la casa cural, donde el Curarlengo destapaba una botella de vino de cacao y brindaba entre los concurrentes en donde se hallaba la muchacha arisca, que ahora conversaba con una hermana de ITO, que después supe eran primas.
En el parque estaba la banda de música que dirigía el señor Cosme Jiménez, individuo moreno. Delgado, alto, Parecía un lápiz. Era una lata de tumbar cacao, movía sus hombros y daba a creer que eran dos máquinas a partes como un acto robótico. Interpretaban canciones puerto plateña, del inspirado don Juan Lockward, luego de las interpretadas. Se produjo un receso, los que se movían iban a las barras de Cheché y del señor Quilo Frías, diversión del vecindario urbano. Los enamorados permanecían en las bancas de concreto, paralelo a la glorieta. Maribel llamó a Julio que hablaba con el Chivo, uno de sus trabajadores en los viveros, luego me uní a ellos. Me moví para donde Aurita que estaba sola, me recibió sonriente, noté que lo hacía mas con los ojos de abundantes pestañas, que con los labios que eran agradables.
Me fui al dormitorio y me di cuenta que detrás de mí llegaba a donde Cheché, Ramón hermano de Maribel, a quien aprendí a decirle bacalao, como los demás les decían. Se reía bastante y cuando se trataba de trago era un muchacho realmente alegre, muy hacendoso y muy dado a la travesura infantil.
Altamira en esos días de la primera reelección del doctor Balaguer, era un jardín de liadísimas flores. Una cantera codiciada por traviesos aventureros viajeros y peregrinos fortuitos. Muchos eran Navarretinos, Imbertolinos y aunque escasos luperonenses. Pero la creación de la autopista Navarrete Puerto Plata estaba trayendo, peruanos, colombianos e italiano. Hasta había un portugués que se hizo muy famoso en la región por las cervezas calientes que se bebía con carne acabadita de servir en los mataderos o en las carnicerías. Cuando le parecía iba a la barra de Cheché para poner música en la vellonera y poder exhibir una musculosa espalda sucia de tierra de la que movía en uno de los buldózer que manejaba tenía 45 años. El peruano se casó con una de las muchachas mas atrayente del altar Altamirano cuando pasé por la citada barra ahí estaban otros sirviéndose música tabaco y ron, cuando Bacalao entró colocó en la el aparato de ritmos a Cuco Valois, con el 24 de abril, canción de la revolución. Después escuché canciones románticas de Leo Fabio, de Roberto Carlos y de Nicolás Casimiro. Me acosté, el esa noche no hacia calor, del techo caían gotas de rocío, como lagrimas de un cuerpo que se moría de tristeza al oír la canción “La Soledad”.
El peruano llevó una serenata a la una de la madrugada a su enamorada, la guitarra la tocaba Benjamín Álvarez, la voz de un declamador decía:- si por la ventana miraras ángel mío, los rayos de la luna te iluminaran, como una diosa, y yo al mirarte comprendería, lo que las ramas sentían al oír el vibrar de mi guitarra. Las pencas de las palmas canas que en paralelo subían al cielo, en el entorno del alero de la casa, se dejaban describir por el poeta. Pero el peruano solicitó permiso para decir- la hermosura de la luna era para pintor, me gustaría comprender lo que las ramas del caobo sentían, para pedir autorización a los cafetales y a las montañas para poder referir el majestuoso cuadro de Ángeles viajeros en embarcaciones níveas en cúmulos de nieves y de algodón. ¡Están borrachos! Dijo una voz de dentro de la casa, mientras los plateados dedos y la languidez del astro inspirador, peina las madejas verdes de los pinares de las haciendas de los Vargas en los cerros del barrio la Piedra.
En la posada de Adelaida, conocí a Santo Peña hermano suyo, conversamos de las raíces y de la procedencia, ahí me dijo que era un policía retirado sin pensión, se llamaba Toribio Peña y Peña. Padre de Ana María, que vivía en Santo Domingo, de Ramona Elvira, y de Rafael, al que llamaban Fey, su esposa se llamaba Isabel Vargas Cabrera, hermana de la señora Carmela, madre ésta, del ITO el Curarlengo, vivía en la duarte donde el anciano perro marcaba su territorio, con orine. Quince meses después contraje matrimonio con Ramona Elvira, su hija.
Altamira seguía soñando con tener caminos para los agricultores, ser dueña de un gran cunicular y con una gran autovía que uniera la costa norte con la ciudad de Santiago para la comunicación con mayor rapidez. La compañía de ingeniería hacía los cortes en las lomas el Túnel, entre el Copey y la Piedra. Fue el día de mi compromiso cuando iniciaron los trabajos para construcción del túnel entrada o portal de la provincia. La primera vez que visité la casa del señor Santos Peña y de la señora Isabel Vargas, de apodo SABA, me acompañó el profesor Vidal Reyes. Llegamos a la casa a las 4:35 de un domingo de Ramos, la casa ubicada era un cortijo en la parte nororiental de la carnicería de Víctor Cabrera Arias, de madera con techo de cinc piso de maderas cepilladas, con una cocina unida por un corredor rustico con piso de tierra, donde nos recibieron. Doña Isabel salió cuando nos brindó una hirviente taza de café, muy sabroso, que nos invitó a encender sendos cigarrillo. Le pasé una caja al señor Santos quien se guardó después de gentilmente agradecerlo. Elvira salió de los aposentos que limpiaba, cuando su padre se lo solicitó.
- ¡Si papá, yo lo autoricé!
Estábamos sentados en sillas de guanos, vi que debajo del piso jugaba un pequeño niño, piel color amarillo, ojos verdes parecían dos cocuyos, se llamaba Junior, era hijo de Ana María, quien vivía en la cercanía del palacio Nacional de la policía, en Santo Domingo.
Los días pasaban Ana Peña vivía con un señor al llamaban Pipilio, en la ciudad de Santo Domingo, y Rafael pasaba los días en el camino y en las calles del poblado. Elvira antes de comprometerse en amores conmigo, iba día por día a la escuela, y llegaba a mi curso en horas de receso. Tenían varias semanas de novios pero no se habían encontrado a solas, aun no había cumplido los 16 años. En los estudios no rendía ni el 45 por cientos de su poder mental, porque les hacían faltas los medios, tales como libros cuadernos, recursos personales, que estudiantes de clase media tenían asegurados pero ella era hija de un pobre policía retirado sin el amparo que el Estado, debe proporcionar a los que son y fueron empleados suyos.
Adelaida Peña, me fue a felicitar luego de retirar la bandeja en donde había llevado un plato de mondongo al agrónomo Julio Pérez, ella puso elogios en sus palabras y atributos para su adorada sobrina, además de Adela, el señor Expedito Paulino, que allá desayunaba, también elogió la escogencia hecha por mí como si lo que yo hubiese realizado fuese una actividad comercial. Pero esa muchacha, no pertenece a las pulperías, ni a los velorios, ni a las callejas, es una muchacha recatada… pero el señor Gallardo que bebía café con Expedito dijo que Vira, que era como le decía a su ahijada era una paloma cauta y circunspecta. Ya que al principio me sentaba bien al oír que hablaran de ella, ahora me estaba hartando más que el mangú de plátano con longaniza que me terminaba de comer y me marché dejando a Julio, en la mesa de comedor. Tuve esperanza que los halagos y los elogios no fueran una trampa de los agentes del caudillo, pero cuando a mi mente llegó la imagen de Margarita Alcanzar, entonces disipé las brumas que quiso empañar el camino que me estaba trazando lo que la gente común llamaba destino.
Carmela Vargas tía de Elvira esperó que pasara para la escuela para felicitarla y para que le informara de la salud de Negro, su hermano mayor, que estaba enfermo. Eran las 9 y no pasaba la hija de su hermana, se lavó las manos y se secó con la toalla de cocina, continuó preparando el almuerzo. Sí. Llamó a Juan, uno de sus hijos, para que se acercara a los vecinos y conociera la razón que impidió la asistencia de Vira a la escuela.
Pasaron dos semanas sin que fuera a recibir las clases, pero por vía de Máximo Rodríguez, me enteraba de ella y de sus padres, también de Negro, padre de Cheo, marido de Anaida, hermana de Amparo y de Víctor Cabrera, el dueño de la carnicería del Jamo.
Carmela estaba en los cierto, Negro Vargas, había enfermado, de todos, éste era el mayor, pero de las mujeres, la mayor era Isabel. Los que Vivian en la pequeña estancia con empalizadas que los delimitaba eran Negro y Polín, Isabel y Dolores de apodo Lola. Las dos menores eran Carmela, que dijimos vivía en la Calle Hna, Mirabal casi frente al viejo play de pelota, y Fellita, residente en el barrio libertad en Santiago y viajaba a Puerto Rico.
Cuando entré a mi habitaron hallé encima de la Eneida un telegrama donde me invitaba en compañía de Antonio García al congreso… lo demás estaba en clave, que el mismo Prof. García no conocía. Antonio, Enrique Mendoza, y el profesor Rafael Peña y nosotros estábamos enterados de los movimientos que se estaban dando en el mundo y especial en nuestros entornos caribe y antillano. Pero Antonio sabía que ese telegrama era un espejo empañado… que la verdadera invitación era para la casa del fenecido combatiente agricultor, Mario Baldera, muerto a palo por los sicarios del régimen y del imperio en el Hospital San Vicente… yo sabía que la “Ligas Agrarias Socialcristianas” era una huronéela una trampa nos recibió la señora Rosa Mercedes Paredes García, identificada como pariente del Prof. Antonio García. Había mucha gente con camisa negra, era 29 de noviembre 1969. El sexto mes de haberlo matado. Pero cuando llegamos del referido congreso pudimos hablar de Camboya, del Congo, y de Argelia, a un grupo de estudiantes que dirigían Máximo Rodríguez, Fidencio Colón y el hermano de Antonio García. Muchachos que pertenecían a cinco círculos que como focos eran linternas que prendían en contra de los abusos que desgreñaban las odiosas acciones de los que mataron a Mario Baldera el 29 de Junio. Pero las lámparas mayores la manejaban Ramito Montan, en la Anacahuita, individuo de baja estatura pero ojos transparentes como el melado, sembrador de la semilla del respeto. Sus acciones se internaban como raudo vendaval por los ventanales de los bohíos de pozo Prieto y de Hervidor. En las viviendas del Agua Larga y de los Manantiales.
El padre Espinal recibió esa tarde a dos distinguidos Seminaristas, para los sicarios, eran dos peligrosos terroristas, individuos capaces de hacer doblar las campanas de Emest Hemingway, uno era Antonio Aladino Torres, y el otro Abercio González, el primero de Santiago Rodríguez y el… de Luperón.
Luisa y Maritza se preparaban para los ensayos de la poesía coreada la profesora Socorro Montan era estricta y no llegaba a negociar con sus obligaciones, pero permitió que en los ensayos los participantes estuvieran de colores, o sea sin uniformes. Pero muchos creímos que la señora de Canahuate, se inclinaba para la oposición.
Buenas tarde ITO, dije, pregunté por Esteban, y me senté un momento hasta que el Curarlengo se motivara a responderme. Me dijo que estaba en la terraza y me moví hacia allí,

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