Durante la larga tirania de Trujillo, a la ciudad Los Guanábanos, en la provincia Viuda del Atlántico, llegaban los reflejos de la fama y los olores del bandolerismo gubernamental. Como el olor del un policía muerto, o sea asado en braza que en la tarde los ciudadanos de poco alcance económico, residentes en Los Guanábanos, comerían con yuca cargada de amargor. La travesura de los individuos como Feliciano Minaya, el hijo de Gunín, carecía de limitaciones en los primeros años de su primera juventud. Era un joven de 32 años, alto, cabeza con ojos sin pestañas, semi torcidos sin caer en la bizquera,, espalada ancha, jugaba pelota en los desafíos, cantaba canciones mexicanas, y plenas de las salves del cantar, tocaba tambora. Su madre era Alejandra Minaya, a quien llamaban Jandín, de allí, proviene el apodo de Feliciano Gunín. Cuando la cena que comerían los vecinos de Los Guanábanos, era con arenque, una de las mercancías mas barata, para los años 25 hasta 55, Félix Jandin voceaba mataban un policía. Otro tanto hacía cuando se olfateaba de la llegada de la patrulla de soldados del gobierno, entraban a los predios de Los Guanábanos, de inmediato salia corriendo y desde la rama más alta del anón más oculto voceaba -ahí se acerca la pataliá. O los polainados. Ese muchacho se ganaba la vida lustrando zapatos, lo hacía muy bien, eso decía los consumidores de su servicio. En tiempo de recogida de maní era el o de los primeros en llevarse los primeros lugares. Pero desgraciadamente el hijo de Gunín Minaya y de García sufría del mal de las alturas y el gran mal o epilepsiaAmpliar trastorno crónico del cerebro caracterizado por convulsiones o ataques repetidos. El origen de los ataques dijo el Profesor Sandoval Mendoza, puede estar en una lesión cerebral subyacente, en una lesión estructural del cerebro, o formar parte de una enfermedad sistémica, o bien ser idiopática (sin causa orgánica). Los ataques epilépticos varían según el tipo de lesión, y pueden consistir en pérdida de consciencia, espasmos convulsivos de partes del cuerpo, explosiones emocionales, o periodos de confusión mental. Los estudios demuestran que aunque la epilepsia no es hereditaria, existe un rasgo hereditario de predisposición a padecerla que puede ser el responsable de algunos de los casos. Cuando Feliciano permanecía demasiado tiempo bajo los efectos del gran mal, desprendía olores indescriptibles, unos atractivos y otros intolerables pero de corta duración, el de mayor alcance era un aroma a mangos maduros que atraía insectos que él se comía quizá inconsciente. Minutos después por los labios y por los orificios nasales salían chorros de espumas gelatinosas hediondas, que asustaban a los vecinos, quienes temían ser contagiados. Debido a que las crisis epilépticas varían en cuanto a intensidad y a manifestaciones, la epilepsia se divide en los siguientes tipos principales: crisis focales (incluyendo crisis motoras) y crisis generalizadas (incluyendo crisis tipo gran mal y pequeño. Feliciano, seguía con la manía de niños, salía en las noches de luna a cazar pequeñas ranas, a las que les comían las piernas traseras, según sus conocimientos curaba la gota. Andando en la cañada Marto Diego, comenzó hablar de su padre al que llamaba Cabo Tapio. - mi papá prefirió al ejercito a las 10 tareas. Para esos primeros días del 1931 el presidente agarraba a los varones sin mirar si eran hombres o niñas de tetas. Preferían los que como mi viejo no sabia leer, ni escribir y lo entrenaban para matar. Después de nueve años sirviendo como soldado Bonifacio García no aguantó que le mandaran a matar a Cipriano Bencosme y desertó de la fila… llevándose como lo habia hecho Enrique Blanco, el arma de reglamento. Feliciano miraba para los siete aires mientras contaba las hazañas de su padre, al que creía un héroe inmaculado. Las patrullas que lo perseguían, la de Santiago llegaban por el sur, la de Puerto plata, por el norte, y la de Valverde por el oeste. Pero yo que era muy pequeño gritaba ahí va la pataliá. Esos guardia permanecían 15 y 20 días fuera del campamento, por lo dificultoso de los medios logísticos, los caminos, y los ríos… cuando entró a Palmar de los Mieses, se quedó en el solarcito donde vivía un muchacho de nombre Baby Parra. Minutos más tarde se encontró con Gunincita Minaya, su mujer e hijastro Estebanío Minaya. Tres meses llegaron y con ellos el pequeño Feliciano. Los primeros que visitaron al desertor fue el señor Femincito Polanco quien llegó con dos libros uno de religión y el otro de historia que tenía 1500 hojas. Al soldado no le pareció atinada la llegada de ese para el intruso. Entró al aposento y se acurrucó en la pared fingiendo estar afiebrado
sábado, 26 de septiembre de 2009
FELICIANO MINAYA
Durante la larga tirania de Trujillo, a la ciudad Los Guanábanos, en la provincia Viuda del Atlántico, llegaban los reflejos de la fama y los olores del bandolerismo gubernamental. Como el olor del un policía muerto, o sea asado en braza que en la tarde los ciudadanos de poco alcance económico, residentes en Los Guanábanos, comerían con yuca cargada de amargor. La travesura de los individuos como Feliciano Minaya, el hijo de Gunín, carecía de limitaciones en los primeros años de su primera juventud. Era un joven de 32 años, alto, cabeza con ojos sin pestañas, semi torcidos sin caer en la bizquera,, espalada ancha, jugaba pelota en los desafíos, cantaba canciones mexicanas, y plenas de las salves del cantar, tocaba tambora. Su madre era Alejandra Minaya, a quien llamaban Jandín, de allí, proviene el apodo de Feliciano Gunín. Cuando la cena que comerían los vecinos de Los Guanábanos, era con arenque, una de las mercancías mas barata, para los años 25 hasta 55, Félix Jandin voceaba mataban un policía. Otro tanto hacía cuando se olfateaba de la llegada de la patrulla de soldados del gobierno, entraban a los predios de Los Guanábanos, de inmediato salia corriendo y desde la rama más alta del anón más oculto voceaba -ahí se acerca la pataliá. O los polainados. Ese muchacho se ganaba la vida lustrando zapatos, lo hacía muy bien, eso decía los consumidores de su servicio. En tiempo de recogida de maní era el o de los primeros en llevarse los primeros lugares. Pero desgraciadamente el hijo de Gunín Minaya y de García sufría del mal de las alturas y el gran mal o epilepsiaAmpliar trastorno crónico del cerebro caracterizado por convulsiones o ataques repetidos. El origen de los ataques dijo el Profesor Sandoval Mendoza, puede estar en una lesión cerebral subyacente, en una lesión estructural del cerebro, o formar parte de una enfermedad sistémica, o bien ser idiopática (sin causa orgánica). Los ataques epilépticos varían según el tipo de lesión, y pueden consistir en pérdida de consciencia, espasmos convulsivos de partes del cuerpo, explosiones emocionales, o periodos de confusión mental. Los estudios demuestran que aunque la epilepsia no es hereditaria, existe un rasgo hereditario de predisposición a padecerla que puede ser el responsable de algunos de los casos. Cuando Feliciano permanecía demasiado tiempo bajo los efectos del gran mal, desprendía olores indescriptibles, unos atractivos y otros intolerables pero de corta duración, el de mayor alcance era un aroma a mangos maduros que atraía insectos que él se comía quizá inconsciente. Minutos después por los labios y por los orificios nasales salían chorros de espumas gelatinosas hediondas, que asustaban a los vecinos, quienes temían ser contagiados. Debido a que las crisis epilépticas varían en cuanto a intensidad y a manifestaciones, la epilepsia se divide en los siguientes tipos principales: crisis focales (incluyendo crisis motoras) y crisis generalizadas (incluyendo crisis tipo gran mal y pequeño. Feliciano, seguía con la manía de niños, salía en las noches de luna a cazar pequeñas ranas, a las que les comían las piernas traseras, según sus conocimientos curaba la gota. Andando en la cañada Marto Diego, comenzó hablar de su padre al que llamaba Cabo Tapio. - mi papá prefirió al ejercito a las 10 tareas. Para esos primeros días del 1931 el presidente agarraba a los varones sin mirar si eran hombres o niñas de tetas. Preferían los que como mi viejo no sabia leer, ni escribir y lo entrenaban para matar. Después de nueve años sirviendo como soldado Bonifacio García no aguantó que le mandaran a matar a Cipriano Bencosme y desertó de la fila… llevándose como lo habia hecho Enrique Blanco, el arma de reglamento. Feliciano miraba para los siete aires mientras contaba las hazañas de su padre, al que creía un héroe inmaculado. Las patrullas que lo perseguían, la de Santiago llegaban por el sur, la de Puerto plata, por el norte, y la de Valverde por el oeste. Pero yo que era muy pequeño gritaba ahí va la pataliá. Esos guardia permanecían 15 y 20 días fuera del campamento, por lo dificultoso de los medios logísticos, los caminos, y los ríos… cuando entró a Palmar de los Mieses, se quedó en el solarcito donde vivía un muchacho de nombre Baby Parra. Minutos más tarde se encontró con Gunincita Minaya, su mujer e hijastro Estebanío Minaya. Tres meses llegaron y con ellos el pequeño Feliciano. Los primeros que visitaron al desertor fue el señor Femincito Polanco quien llegó con dos libros uno de religión y el otro de historia que tenía 1500 hojas. Al soldado no le pareció atinada la llegada de ese para el intruso. Entró al aposento y se acurrucó en la pared fingiendo estar afiebrado
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