domingo, 27 de septiembre de 2009

Bajo los Reíles del Imperio

Bajo los reiles del imperio es una fragmentacion de "Buscando nuevos horizontes", Novela de Victor Arias, que ponemos a la vista de nuestros amigos, simpatizante de la literatura rural, mezclada con jugos urbanistico... para que en tiempo del paseo por los esquinero de nuestras estancia, si le da sed, en estas norias de peñascos, frescos quizáa le sirva de alicientes.
Los rayos esa noche eran más blancos, eran lechosos en el cinturón verde del Bajabonico. Son los más hermosos del universo. Voces románticas, datos y pinceles, hilos de razonamientos tejieron sueños cuando entre arrabales y tabucos los pies descalzos del señor Fermín llevaba entre sus brazos a la señora Cayetana Cesaire con la que minutos antes se había casado.
Era un hombre afortunado por ser monitoreado por los murmullos de río y los argentados rayos de la luna. Parecía que algún pintor asesorado por cierto poeta ebrio, había pintado esa realidad, la realidad de una noche para amar y ser amado.
En la enramada de su amor llenaron de gozos y de deseos las paredes de tablas de palmera a los compases de caídas, ráfagas de un rocío invisible. Los guayabales, los guanábanos y jangadas de frutales, aprobaban la proclama de amor en el concierto de esa noche. Las norias, manantiales y arroyuelos daban sus frescas aguas para lavar el calor del tránsito como pago de un largo peaje de ternura.
En menos de 4 kilómetros cuadrado vivía don Nicolás Silverio, don Piggín Medina Silverio y al este la señora Simona Medina Silverio. Era ese predio un entorno de gente buena, trabajadora, feliz cargada de energía positiva.

En término reales, habia cuatro viviendas en el sureste de Las Aromas, en los límites fronteriles del Bajabonico y los cabellos de la cabeza en el territorio Altamirano.la casa de Fermín era como las demás, un enano de brazos largos… en medio de la meseta donde estuvo el Cantón de guerrilleros que en tiempos de gestas patrióticas comandaran los primos Nicolás Silverio, y don Juanico Silverio. Primos hermanos fundadores de los cantones del río, al este de la casa de don Fermín, se situaban la de Piggin y de Ana luisa Minaya y de Simona Medina y de su marido José Toribio de la Cruz. Al oeste la de Nicolás Silverio y de su esposa Maria Decena Minaya.
Eran la una de la madrugada, los recién casados abrazaron a Morfeo, despertaron a las diez de la mañana, no degustaron del manjar del alba, ni de los cánticos de los elementos, como tampoco del gallo madrugador.
La madera era el material que con mayor frecuencia y oportunidad usaba el hombre del universo rural para la construcción de su vivienda. La de doña Cayetana era de Caoba centenaria y de varas de Juan Primero, madera muy rústica. Cayas y cedros para las puertas y ventanas, y roble para las mesas, soberados alcayatas y gabinetes o alacenas. Para las barbacoas y desvanes empleaban penachos de palmera.
Jubilado de la guerra, hacia aparejos y esterillas por encargo usando los tallos y fibras de las matas de guineos, plátanos y rulos. Fermín era muy alegre, empleaba su ingenio en la acciones de las artes manuales, en fabricación de saxofón con la fruta del higuero o bangañas prefría las calabazas encorvadas para sacarles las tonalidades musicales apropiadas. En los días especiales mataba el cansancio por la falta de empleo, ejecutando piezas al gusto de la familia y de vecinos… sacándole tonalidades baritoniles. Era Fermín un manantial de frescura, de su esencia salía como emanación singular, un torrente de afecto bienaventuranza. Muy apropiado para la persona que acababa de llegar. Ese día ejecutó una hermosa alborada para abrir el portal de la estancia que los habitantes llamaron luego Tatania y Ferminilandia, en honor a Cayetana y a Fermín, sus fundadores. Era un hombre feliz, la llegada de Ramona y de Matilde lo habia convertido en un individuo nuevo por fuera y por dentro no menos que en los otros partos de su martiniquesa esposa.
-Toma Fermín-había dicho la comadrona, extendió sus brazos hasta donde pudo imaginar. Las nubes blancas como las del dia del su boda, acariciaban las varicitas cuadradas de la inocente inquilina de Tatania. La llamaba follaje de caoba. Luego sus ojos irradiaban de sorpresa y más que de alegría- Manifestó ¡Carajo, Carajo Cayetana, despierta…! Despierta Tana que ya tengo el nombre definitivo de mi hija, mi jija se llamará Flor de las Caobas, ese es el símbolo de la etnia de la raza de nuestros antepasados, ella le sonrió y una corriente de placer lo envolvió hasta el éxtasis. Permaneciendo por siempre en él, el embrujo y la influencia del viejo el guerrero independentista y restaurador. Nueve meses la niña caminaba en un ambiente acogedor que nadie el los aleros del paisaje aromanil tuviera o llegara a tener. Crecieron sin cruces de malignidades, y sin vuelos de aires negativos
Don Fermín se dio cuenta que su mujer le sonreía cuando entregaba la flor de caoba verdadera, la buscó en llanura, bosques y montañas en colinas y praderas. -Toma Tana- cargado de entusiasmo manifestó el senescal, dejando ver sus bien usados dientes. Esa es la flor de caoba, emblema Mandinga la encontré allá… señalando con la punta del machete collins. Detrás de ese bosquecito estaba como si me esperase, dura como la orquídea silvestre, sin morirse despierta. Nuestros abuelos ofrecían soles y lunas a Costa de Marfil, sin embargos tíos y tías aseguraban que éramos descendientes de Guinea Bissau, pero yo ahora que somos Mandinga de Malí. Cayetana hallaba muy varonil el nombre de Ramona y le agradó el de Flor para apodo pero el que a ella le agradaba era Azúcar aunque por el contenido poético para unos dulces, hallaban rudo el nombre Flor, carente de fluido femenino.
Cuando Matilde cumplió 14 años, los tornados y ráfagas del joven Félix Marte hechizaron su continente físico y emocional quedando encinta de la niña que luego de nacer llamarían Angelita destinada a vivir por muchos años, primera nieta de Tatiana, de Fermín y de Cayetana. Ramona mintiéndose sola habiendo cumplido los doce abriles, abrazó el rol de ama de casa. Los padres parecían cansados y hasta el peso de la cuchilla de los años hería vuestra existencia. Cuando Matilde se casaba con Miguel Cabrera, recibía Ramona los energéticos de los gametos del cundeamor de empalizada en las empalmaduras de mujer docta. Comenzó aprehendiendo las circunstancias proyectaba y clasificaba, hizo un bello jardín de rosas y de gardenias. Sembró dalias y claveles pasaba atendiendo las familia y a las flores. Amaba a sus padres como a nadie, a Fermín a quien comparaba con un erecto roble del corral. Conoció, creyó conocer un hombre que estaba sentado en la raíz del árbol cañafistol secular del camino que lleva al río. Era un individuo de baja estatura, de piel blanca casi lechosa, cabellos cortos, de ojos claros y pequeños. La gente lo bautizó como el Desconocido. ¿De dónde habrá salido?, los lugareños sólo hablaban del Desconocido. Aunque coincidiendo en que llevaba la honradez pintada en la cara y la soledad en las tristes miradas. Lo que nadie pudo imaginar era que estuviera enamorado de la hija de Fermín. Pernotaba horas esperando que la niña Ramona volviera del río con el cántaro en las axilas. Cuando lavaba pasaba muy temprano y de regreso a la casa ahí estaba el desconocido, pero sintió el mismo hormigueo estomacal, que cuando estaba asustada no pudo comprender lo que le pasaba sentía hambre cuando tenia miedo no se atrevía a verle a la cara y el corazón le ritmaba con la fuerza de una vaca jorra. Esa realidad no la entendió: temor era equivalente a hambre, la curiosidad de verle la cara triste era equivalente a hormigueo y este a miedo. Entró al dormitorio y buscó el rostro en el espejo hallándolo, sonrió a plenitud y comprendió que aún era una florcita juvenil, para estar pendiente de hombre, y más de un desconocido. Caminante aventurero. Quiso recordarlo pero no habia archivado su fisonomía facial. La memoria no lo activo para los recuerdos. Miró que su padre, don Fermín dormía, luego que con las manos recorrió la frente salió. Buscó a su hermana Matilde que bañaba a la pequeña Angelita.
Hacia bastante calor, en las lomas, las nubes lamían las copas de los árboles, algunos cuervos entonaban el concierto de Nereo padre de las Nereidas, ninfas que según la leyenda eran diosas, jóvenes hermosas que residían en el mar de medio cuerpo arriba y abajo peces. Era una banda de docenas de pájaros negros y blancos en menor cantidad. ¿Quién lo habia visto? 50 años hacia que llegaron decenas de esos blancos cuervos, Sí, ¡quién lo diría! Le dirían loco, pero ahí están. El calor ahora era liniero quemaba las espaldas a los jornaleros de los cortes de leñas y de caña de los centrales de Montellano y Amistad. En las raíces del cañafistol estaba el Desconocido con zapatos blancos, pantalones y camisa del mismo color, la correa era negra y sombrero de Panamá, esperaba la princesa del río, nombre personificado para el llamar a Ramona, en su intimidad. Deseaba verla aunque fuera de lejos caminó sobre las piedras como el que lo hizo sobre las olas, pero ya Ramona se había marchado. Al hallar que las piedras estaban muy calientes se dejó caer en las mullidas gramas bajo la sombra de la jabilla de cretona verde y amarilla, cerca del enorme lavadero por donde sobre volaban bandadas de garzas reales. Escuchó el currú, currú de los cuervos, fue sorprendido al comprobar que era cierto que habia cuervos blancos. El vuelo tierno de la cigua palmera produjo un largo bostezo cuando aminoraba el calor caminó pensando en su princesa del río y sin embargo parecía que se pondría en el cielo una jarina... e hizo una mueca con los labios al recordar que un primo de su madre a la llovizna le decía Jerén, en vez de chubasco. Apuró los pasos y con los primeros relámpagos y los primeros truenos entraba a los aleros de su vivienda en el batey Amistad, donde laboraba.
En la casa de Ramona compartían en la mesa degustando los olores exquisitos de un sabroso chambre de frijoles verdes con costillitas de cerdos y aguacates mantequillas. El señor Olivo laboraba en los fogones de las caderas que activaba con troncos de mangos y aguacates, de guamas y de aromas, casi verde para producir vapores apropiados para las turbinas del central. El vientre de fuego estaba harto emitiendo lenguas amarillas muy calientes. Por su imaginación le llegaron imágenes de la niñez y de su adolescencia ponía sus manos en las orejas de cabritos, y llegó a colocar su boca en la de las hembritas que jugueteaban lamiendo su pantalón con lengüitas tan largas como las llamas del fuego de las hornos azucareros. Pero apretó sus ojos porque las hileras de cabritos se iban quemando con el fuego. Luego aparecieron las burbujas que se apagaban en las lenguas amarillas. Sacudió la cabeza cuando en silueta llegaba la cara de su difunta y muy bien recordada madre. En siluetas de recuerdo metió las manos en la corriente de agua del río Guayubín donde creció recordó los versos “una mano lava la otra y las dos la cara” con un pañuelo que sacó del bolsillo trasero derecho del pantalón para secar el sudor y la humedad de su rostro. Entendió que sus reflejos mnemotécnicos, eran fuertes pero muy extraños. Llevaba a su mente la imagen de Ramona pero se entrecruzaban con los bajos reflejos de la infancia. La veía llegar con el cántaro en la axila izquierda, asimilaba la de un paisano recolectando oro en el cañón del Guayubín, en vez de su princesa del... en el Bajabonico “fresco y cantarín”.
Matilde había cumplido los 18 años cuando se casó con Miguel Cabrera Cruz, de esa unión nacieron Valeriano, Santo, Antonio, Brígida, Antonia, Hermelinda, entre otras y otros. Angelita era la mayor de Matilde pero que Don Miguel asimila como la primera suya... convirtiéndola en la coronela de esa gran tropa. Eran tiempo de luchas, los bosques, las haciendas, las estancias y parcelas de remolachas en el viejo continente europeo ardían por las energías de muerte que de las ametralladoras salían, de las bombas. Los destrozos eran mas que económicos, antinaturaleza e inhumanos, misantrópicos. Muchos países fue una sola lengua de fuego especial los que se oponían al eje. La república se beneficiaria de la muerte y del sufrimiento de aquella gente de esos pueblos con la venta de los azúcares, café, cacao. 1914-1939 ciclo vital de la primera guerra mundial. Quizá era muy lejos, el comercio, pero del escenario de combate llegaban a Tatania las quejas y ayees de los heridos y mutilaciones. De los abandonados en combates. Cuando un hijo de Ferminilandia, en Bajabonico... paraje puertoplatense, degusta un guineo maduro, una tajada de mango o de aguacate... sus dientes cortan el mesocarpio y calma la sed... mueren unas y unos niños... joven o anciano en las sangrientas batallas de los campos de Rumania, de Francia o de Hungría. La muerte pernotaba en las galerías y en los aposentos en las villas y las comunas, se hacia residente en los ventanales y matorrales, en los maizales europeos. La penuria, la miseria, el dolor y la muerte en aquellos predios eran elementos del manjar... y parte del pan de cada día en la familia en contienda. La muerte gemela con la enfermedad se hacia acompañar a los hospitales y a los campos santos.
La economía de esos países era simple hedor vaho en descomposición. Los comedores estaban cerrados la comida no existía como en tiempos normales. Eran esclavos de los padrinos de la guerra. Olivo conocía esas cosas... y las creía como un comportamiento dirigido por una mente superior muy poderosa atormentada. Como Olivo no tenia con quien comentarla siquiera, buscó refugio en los recuerdos de su princesa del río... pero de repente recordó a Miguel Cabrera, un carretero de pasos medios, a quien habia conocido horas antes, no sabía dónde vivía. Lo conoció cuando desenyugaba a sus seis bueyes, los clavaba en el corte de caña para la cena y el descanso de esos. Días luego, en hora del almuerzo, Benito con acento de compañero le habló y con dejo afectivo acordaron verse en la caballeriza al siguiente dia. Aquel dia escogido por la naturaleza imbertolina para llover; comentaron del calor contagioso y sofocante. Intercambiaron alimentos, valorizaron las cualidades de las manos que los prepararon... los platos y cantinas rodaban por el suelo. No tenían ni una pequeña mesa siquiera donde los trabajadores y obreros, poner los cubiertos que protegían sus picaduras alimenticias. Entre otras cosas se basaban las inquietudes y preocupaciones del señor Benito Olivo y dijo- debemos reunir los esfuerzos para obtener las negadas conquistas que por muchos tiempos los trabajadores vienen reclamando de forma individual. Don Miguel ni conocía ni comprendía por qué Olivo lo habia escogido a él para hablarle de esas cosas que no entendía.
-Usted no le parece don Olivo- manifestó el señor Cabrera- que por la lejanía, esa apestosa guerra es poco lo que nos puede afectar.
-No señor don Miguel, para este siglo no hay nada lejos. Las arandelas y correas que enlazan al mundo son la utilidad y la necesidad, es por eso que no hay pueblos que no entre en los aposentos de otros y mantiene contactos con los intereses como el Tenorio del momento para galantear las propuestas. En ese sentido compañero..., no existen los enemigos, lo que importan son los intereses. Los países en guerra necesitaran azúcar y otros lógicas alimentarias para sostener las tropas en combates... significa que el cacao, el café y el azúcar de nuestra producción será cotizado en muchos más de un 1000 %.
-Me parece don Benito, alargando en forma parsimoniosa la última sílaba del nombre de su interlocutor, que ha sido ahora cuando comprendo la frase del maestro, cuando resucitó a Lázaro... porque acaba usted de resucitarme. Acabo de nacer en realidad pienso que ha parteado mi espíritu y me ha dado a la Luz. Mientras rasgaba una caja de fósforo puerto platense señalaba, en realidad eso es nacer. Encendió un túbano de hojas que al señor Olivo le parecieron de salvia.
Mientras los dos obreros analizaban los asuntos de la guerra mundial, grupos de niños del batey se deleitaban mirando el humo que sal’a de la chimenea. Veía como la sirena o pito enviaba gran chorro de humo blanco que engrosaba la contaminación del entorno del central Amistad.
En el cielo, ahogadas por el humo de la fábrica, las palomas se encaminan por dentro de las nubes, como en un túnel de microbios, para llegar luego a la cordillera donde murmuran como si no le importara nada, los charcos de la Damajagua.
Media hora más tarde grandes truenos inesperadamente caen encima de la casa azucarera rompiendo la tranquilidad de la siesta y la marcha de la molienda... fueron largas horas de truenos y de relámpagos... la oscuridad no impidió que continuara el proceso azucarero.
Don Benito alimentaba el vientre de la fábrica pero pensaba en Ramona y en los juicios que había hablado a don Miguel Cabrera. Lo imaginaba quitando los balzones a los bueyes... tumbando con un pie el alcahuete... sonreía en cada escena. Después vio como distribuía los becerros a una distancia muy prudente uno de otro... para que comieran y no se interrumpieran uno de los otros.
Don Miguel corté una caña de la llamada Cristalina y comencé a comer, cortando pequeños pedacitos con el filoso cuchillo de su trabajo. Caminaba despacio, y dijo Ò-Benito es un gran individuo; continuó el camino comiendo la dulce y muy blanda caña. En ese hombre se puede confiar... Caramba, no se morirá por ahora... ni cuando pensar que lo vería por ahora, -dijo...
-¿Para dónde se dirige, don Benito, preguntó apresurado... -Voy a bañarme, contestó de inmediato... aprovecho para decirle que la economía cambiaré... El azúcar subirá 15 veces que lo que cuesta ahora.
-¡Hay en qué nos beneficiará, don Benito?
-Cómo que en qué... mejorarán el salario. Ganaremos mejor salario, tendremos mejoras en los departamentos a que correspondemos... Don Miguel era semi alfabetizado, pero sintió que el lenguaje de Olivo era controversial esa tarde... No le agradó la repetición de la palabra salario. Continuaron conversando y después el carretero llegaba a Ferminilindia y Olivo realizaba algunas tareas en el dormitorio donde residía.
Meses más tarde finalizando la zafra, el azúcar que estaba a 2.25 se cotizó a 26.58. Creció la demanda a los países exportadores.
Era 21 de enero de 1921, día de la Altagracia. Olivo volvió a la Haragana del cañafistol Milenario... Tenía poco tiempo que estaba en la cómoda del vegetal, la brisa suavizaba el anhelo de mirar el fresco rostro de la princesa del río... de repente descubre otro rostro que lo llenó de mucha alegría, el rostro del hombre que lo escucha como un viejo amigo... -Hola don Miguel, cómo se siente usted, pregunta sorprendido. -Muy bien, respondió de inmediato el señor Cabrera. Me hallo bien, gracias al Creador. Don Benito, ¿qué hace en esa raíz tan dura? -Pues, si tengo que hablar la verdad, don Miguel, yo mismo ni sé, respondió con sinceridad. -Y usted, ¿de dónde viene y para dónde se encamina con esa hermosa toalla?
-¿Cómo que de dónde vengo? ¿Es que no sabe usted que soy residente en estos lares, que soy esposo de la mujer más digna de la comarca y padre de una caterva de buenos hijos?
-¡Ah bueno, ah bueno! repitió don Benito, y se levantó de la horqueta de la cañafístula milenaria, para estrechar las manos de su compañero de empresa.
Pasaron unos minutos caminando para el río sin decir una sola palabra... Fue Olivo quien sin analizar quizá, señaló -Don Miguel, es difícil contar lo que le acontece a los solteros... los motivos de estar sentado en esta raíz son sentimentales. Lo que me gustaría contarle es muy largo y muy complicado y pienso que s—lo a personas como usted, puedo referirle... ¿Comprende usted...?
-No... No señor Olivo, no comprendo... hace días que se me hace complicado entenderle... Benito sonrió de veras. Caminaron hasta llegar al paso de Charajima... lugar previsto por don Miguel para bañarse. Se acomodaron en sendas peñas, introdujeron los pies al charco... entonces don Miguel sonrió cuando se enteró de toda la historia del Cañafistol Secular.
Charajima es el nombre de un recodo del río en las proximidades de la vivienda del Ermitaño Manuel Carié, casi en la desembocadura del arroyo Mamey y arroyito Charajima.
-No hombre... don Benito, eso está más fácil que coger esa lisa, que mueve sus aletas en esa chaquetita, está más fácil que salvarse de una picada de esa avispa... Don Benito lo interrumpió, se sentía burlado con las palabras de su amigo... y sintió algo de tristeza... -Qué lástima que se esté burlando encima de mí... -No... Señor Olivo, no me estoy burlando... lo que le he dicho es tan verdadero como comerse un pan de agua... Déjeme que sea yo quien le diga, pero no se me alborote, sólo escuche, sin barullo ni mal querencia.
Esa... a la que usted, don Benito, llama princesa del río, es mi cuñada, es la hermana menor de Matilde; su nombre es Ramona Silverio. Pienso que será la más amorosa de todas las mujeres, después, claro está, de mi Matilde.
Cuando terminaron de bañarse fueron a la casa de don Miguel... allá tomaron café humeante, conocía Matilde.
Matilde, que estaba en las faenas agrícolas, acababa de entrar a la sala y encontró a su marido acompañado bebiendo café que ellos mismos había recolado. -Matilde, dijo Miguel, conoce a don Benito... es el señor de quien te estuve conversando. Ella lo miró y le dijo: -Mucho gusto, soy Matilde Silverio, a sus órdenes. -El gusto... mayor será para mí señora, manifestó don Benito, pareciéndose a los nativos de piel amarilla de la India o de la China.
Tan pronto como se quedaron solos, Miguel Cabrera invitó a Benito Olivo a asistir a la velación de la Virgen de la Altagracia, en la estancia de doña Severiana Silverio.
Matilde iba para la loma a seguir colectando café, pero nunca dejó de creer que ese señor fuera el mismo de las raíces del cañafistol secular... en sus manos llevaba el olor del perfume de su ropa... quería que no se le quitara para que su hermana respirara la presencia del desconocido. En la mañana del siguiente día Ramona visitó al cuñado para preguntarle quién era el hombre que con él andaba... S’, ese hombre labora en la caldera del ingenio y es mi amigo... pero anda loco, el pobre -dijo don Miguel Cabrera... S’... loco, usted sabe que enamorado de una muchacha de estos lugares.... umjú, los hombres cuando se enamoran pierden la visión. Don Miguel quería observar la reacción de su cuñada y la miraba de soslayo... Notó que tenía cierta preocupación dibujada en las mejillas, ahora tirando de negra a morada

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