domingo, 9 de mayo de 2010

imagen del General Marcos Evangelista Adón para Tragedia del Palmar



Capitulo 5

Donatilio Bonilla, estuvo de buen humor como todos los días, 6 de enero, y me mandó a que preparara muchas comidas, porque invitaría a la familia del señor Félix Quicio Altamirano y a su esposa Melba García, con su tres pequeños.
La mesa del comedor era para 12, yo comí con la familia, éramos: dos hombres, dos mujeres, y tres niños. Donatilio quería que la casa sintiera la presencia juvenil e infantil de la vida. Fuimos, una familia completa. Pero la presencia de Félix vestido de negro, le quitó más de un 90% de la alegría que tenía ese día de reyes, recordaba a Rufino, que debió cumplir 23 años desde que se marchó. Pero como el señor Quicio desconoce el secreto de esa ropa en la vida familiar del señor Bonilla García, no lo culpó, y fue por eso que su recaída no prosperó.
Luego que Melba, los niños y yo fuimos a la terraza y bebimos jugos de guayaba con jugo de limón dulce añejado oí que el señor reía con don Quicio en el cuarto de Rufino, recordaban cosas que Melba y yo quisimos saber pero no pudimos porque era en lenguaje de monjes que decían cosas como papeles de nodriza… no pudimos descodificar nada. El asunto era algo bueno para ambos porque los dos gozaban. Dos horas después volvimos a comer y allí en la mesa, Joselito recitó versos del Indio Duarte que a Donatilio le hacía llorar pero esa tarde sonrió y lo hizo a carcajadas, cuando el pequeño decía:-¡Buena Tarde, mi mama!... deje que ponga un beso en la trompa, deje que me sienta chiquilín de nuevo… Tilio decía, ¡Qué original qué original…! Después río pero con mayor tranquilidad al oírlo decir:- no se asuste señora son cosas viejas, son cosas del ayer…, según mi parecer no le agradó que el niño hiciera suplantaciones en los poemas Silbando, que dijo… No silbe muchacho por Dios te lo pido… no silbe, no ve que al oírte silbando, me alocas… con este tu silbo que desespera te vide ya anciano llegar a mi puerta en busca de comida y de cariño… Me di cuenta que admiraba al pequeño, pero no en eso, porque le pareció, una falta a la firma del autor. Luego dijo… oye Joselito cuando vaya a romper con la ortodoxia del poema de alguien, no lo muela tanto… y allí rieron hasta perder la cabeza.
Eran las 6 de la tarde, del día de los santos reyes y como regalo dio a cada niño sendos lapiceros y me autorizó a entregar a doña Melba un paquete de varias libras de pecho de oveja horneado para que cuando lleguen a su vivienda en La Estrella, vuelvan a cenar, sin tener que ir a la cocina. Al señor Félix Quicio le entregó un litro de ron casero de frutas, recogidas en los ríos de Tosa y de Cabón en Villa Evangelista Adón.
En la noche hablamos de su hijo, expresando pensamientos que, por muchos años llevaba ocultos, arrojaba luces e ideas como rescoldos brotados desde una hornilla que los mantenía enteros como desde una bendita incubadora. A pesar suyos que trataba de controlarlos salían a borbotones desde una bacinilla espiritual marcada con los colores. Cuando se quitó la camisa, me di cuenta que, no llevaba franela en el cuerpo, me pidió que le rascara su espalda y, lo hice con mucho gusto, en verdad que ocurrió, como regalo de día de reyes, me sentía complaciente para él, no se, pero lo que hacía era bueno, porque las sensaciones suyas, me hacían respirar por mis vísceras, no sólo por los pulmones.
Mis cuerpo entró en éxtasis once veces en el suyo no se cuántas pero creo que en ocasiones éramos una sola persona. Así fue por largo tiempo.

En la madrugada ya dormíamos, me di cuenta porque el corazón suyo, ritmaba como un despertador, pensé que era bueno quedarme con él, bajo el placer de su compañía y, bajo el peso de sus poderosos brazos caobinos. Para el amanecer ya estaba en mi cuarto, preparándome para ir a cocer el café y luego el desayuno, sin embargo, me detuve cavilante, con mis pensamientos. Me formulé múltiples preguntas que no tuvieron respuestas y así las acepté. Fue mejor así. Pasaron las horas, el señor Bonilla, me saludó algo diferente, me pareció recibir de su mundo exquisito, el envío del poema 18, de los 20 de amores de Neruda. Al darme la espalda sentí deseo de ir al baño y oriné plácidamente, antes de lo de anoche, cuando miraba la espalda de Tilio, sentía un simple temblor orgásmico que, no llegaba ni en ir a orinar. Comencé a cantar y me llamó para que le llevara, agua de un coco de indio que tenía en la nevera, no me miró, pero creí que pensaba en mí.
Dejé de cantar, y seguí haciendo mis labores cotidianas, de manera que Donatilio, al no sentirme vino, a ver lo que yo hacía, alegando que el canales 5 no se veía, ahora si me miró y se acercó, y me dijo que aún sentía ganas de dormir. Dijo, que tenía deseo de escuchar, las canciones de Leonardo Fabio, y cuando le cantaba la soledad, voceó, que cambiara para “Fuiste mía en verano” lo hice creyendo estar en junio, julio… en agosto y no en enero.
Permanecí cantando la mañana entera, de Fabio cruce las horas llevando a Leo Dans como el bacalao a cuesta, canté la canción Viejo mi querido viejo, ahí escandalizado me llamó y me dijo-acabaste de sacudir mi existencia de hombre romántico, débil como la flor del moriviví lo conoce, Casilda.


Yo, no recordaba, que me llamaba así, sonreí y puse la cara como una plancha ardorosa, y planché mis sentimientos, los que por muchos días estuvieron ajados, remendados, con parches que hacían las manos de las horas, las pesadas del tiempo, tanto de inviernos como de veranos. Y sentí, que el mejor día era, el de los santos Reyes, en horas de la noche. Casilda era de la década del 50, muchacha muy activa en los primeros días de su adolescencia, creció en las periferias de santo domingo, entre Villa Evangelista, y villa san Lorenzo, de los Mina, nació en 1953, en Tosa, al nordeste de los Rojas, en Villa Evangelista Adón, en la escuela Padre García donde realizó en octavo grado era considerada como muy activa y solidaria, entre los compañeros de aulas, en su etapa de escolaridad. Tuvo inclinaciones por el canto y por la pintura. Casilda estuvo en hermosas e importantes veladas para recavar fondo para diferente utilidad, propia de la escuela y de la iglesia. Participó en concursos de pintura y de canto quedando seleccionada en primera fila. Era muy llevada por los colores realistas. Pero Casilda, cuando canta, entra a un mundo de solemnidad, captando sensaciones e imágenes indescriptibles, entre su vida real, el carácter suyo y, el temperamento de su mundo fantástico. Para su primera aventura amorosa, ya Casilda es madre de su primera hija, una hermosa niña, que su madre, entre sorbos de ron Brugal y, de cerveza presidente, entrega a unos extranjeros a cambio de 75 dólares, y ésta corrida de apuros y de vergüenza se suicida.
La abuela de la niña se cuelga en la penitenciaría nacional de Villa Evangelista. De acuerdo con los investigadores, era el quinto caso, de mujeres que se ahorcaban en el país.
De todas maneras ningunas personas, me ha hecho saber las razones de la muerte de doña Isabela Hilaria, mi madre inorgánica… como siempre le decía, cuando estuve cantando en barras y en clubes diurnos y nocturnos. Para mí, lo interesante es lo que ha sucedido luego de la mañana del ocho de enero de 1964, ahora el señor Donatilio, me llama para que le enjugue su espalda y le rasque la paciencia y las plantas de los pies. Ahora el gusto que podía poner a los cogombros y a las remolachas no sólo se los pongo a los molondrones, sino porque son un puente entre mi y el señor Bonilla. Un puente de cariño que en mi parecer ni el joven Rufino podía ya destruir. Cuando siente hambre me dice que le lleve algo de comer, no como antes que sólo podía entrar a su laboratorio cuando iba a limpiarlo. Entro casi a todas horas, eso sí que si no es a una necesidad no estorbo sus inquietudes.
Estoy segura de que al señor Bonilla le agrada que mis manos desgranen su deseos como lo se hacer, sin dañar sus recuerdos recluidos en sus caprichos. Sin descomponer las abejas de los recuerdos de su difunta mujer y madre. Ahora puedo sonreír y seguir la ruta de mujer amante de un apasionado hombre de letras, amante de las cosas suaves, de las flores y de la frescura de la lluvia.
Esa tarde que vino a la casa el señor Héctor Perrinchy Hurtado Álvarez, me sentí descalificada, porque Donatilio, habló con el señor Hurtado de aquella muchacha llamada Antigua García pero más tarde me enteré que era su abuela, o su madre. Me burlé mucho de mí, sacié mis mofas, pensando en lo estúpida, que somos las personas, cuando el celo cubre nuestra mente. Pero todavía no debía sentir celos por don Donatilio, los caprichos no me permitían reconocer la verdad de las cosas, y entre mi jefe y yo, no ha habido nada de Estado y de ley. ¡JOC, JOC, JOC!


Capitulo 6
En la Penitenciaría Nacional, de Villa Evangelista, en el distrito nacional, Rufino hablaba de ser una ficha cuadrada, al servicio de los jefes carceleros, era un chulo que le lamía los pies a los Mayores y a Coroneles. Pero que llegó a odiar al Capitán Caamaño porque se oponía a la lambisconería estulta y sádica de un pequeño grupo de lumpemproletariado. Era un tramposo jugador de todo tipo de juego de azar, vendedor hasta de sus orines ligado con café y aspirinas. También combinados con sargentos y cabos, vendía tragos de sumo de hojas de campana y de flor de rosa de Perú mezclada con huevos de ranas diciendo que eran de camarones y de carey, cuentan que Rufino ha llegado ha ser el dueño de los negocios del penal, dicen que hasta de las compras y ventas fuera de la penitenciaría. Aseguran que, con dinero suyo, era que les pagaban, a Media Tapa y Ana Minilo, las lesbianas que les ponían en las solitarias a las hermanas Mirabal Reyes, cuando estaban prisioneras de la dictadura. Las dos mujeres, con el historial menos humano, consideradas como las basuras más asqueante, contratadas por los esbirros del SIN, para desmoralizar a las dirigentes opositoras al régimen.
Rufino llegó a ser chulo de ambas, es una basura dentro de aquel muladar. Cuentan que está prisionero en el penal desde antes del arribo al país, de los invasores del 1949 por Luperón, allá en provincia San Felipe. Si, pero no por ser un aliado de los insurrectos, no, no, sino por haber estrangulado con sus manos a la señora Secundina Vásquez. Quien siendo como una abuela suya lo pastoreaba en término sexuales, y al sentirse afueriado, una noche la mató, con la misma alegría, que la acariciaba. Está pagando condena, en el penal por 35 años, porque además de ahorcarla, le cortó los senos, y se los dio de comer a un perro que con el andaba. Ese mismo día del ahorcamiento de la señora Vásquez, mataron en el penal un pariente del señor Francisco Eleuterio y Amparo, y a la señora Braudelinda Díaz de la Estrella Vieja opuestas a entregar sus predios codiciados por el general Alcántara jefe de la Penitenciaría nacional.
La comunidad de Villa Evangelista, conocía los casos extremos del penal, los funcionarios civiles eran personas que moraban desde 1948 en la misma comunidad, el caso de mayor brillo era el del jefe de cocina que nunca ha querido decir las razones que lo obligaron, siendo de la sierra de Santiago de los Caballeros, a vivir en el penal de Villa Evangelista.
El señor Andrés Pacheco, vivía en la calle Duarte, era padre de tres pequeños niños, procreado con la señora Luisa Adón Brazobán. Pacheco era un individuo de estatura recia, delgado, ex sargento de los soldados de Horacio Vásquez, querido en el penal por la manera honrada como se desempeña entre todas las malezas de esa aberrante factoría de emociones y pasiones endemoniada.
Pacheco era un aficionado jugador de dominó, y en el juego conocía los caracteres y los temperamentos de los humanos.
Aprendió a diferenciar las actitudes, de las aptitudes de los hombres, condenados a largas estadías, de aquellos que eran detenidos por escasos días, meses o algunos años. Los intereses eran montantes que hacían explotar los grupos, y a los individuos en sentidos particulares. Una tarde mientras ordenaba el cocido de los víveres conoció a un hombre que habían llevado de la comunidad de Rancho Bellaco, lo llamaban José Leoncio Tapio, soldado que se había fugado con Rafael Enrique Blanco en once ocasiones. Era un hombre alto, sobre pasaba a todos los del penal, tenía 7 pies 3 pulgadas moreno con piel de melado de caña. Cabeza grande como eran también sus hombros. Contaban que era un jugador, pero ya Pacheco lo había descubierto con solo haberlo mirado, sabía hasta donde guardaba en su cuerpo, los dados cargados. Tapio se dio cuenta, que el señor de la cocina, como llamaban los presos nuevos, a Pacheco lo había visto. Permaneció unos 15 días, sin acercarse a los puestos de juegos de azar. También conoció Andrés Pacheco, que ese tal Tapio sabía cosas como falsificar firma y alterar monedas. Era un individuo muy despierto pensó don Andrés Pacheco. Pasaron unos días sin saber de lo que acontecía dentro de las celdas hasta que estuvo en enfermería. Allí halló que Rufino y a Tapio, ocupaban sendas camas, el primero con menos de 36 años y el segundo algo más de 54 años, se había heridos peleando por la jefatura del caos del penal. Rufino había roto una costilla a Tapio y Tapio había roto la mandíbula inferior incluso dos de los dientes frontales, eso tenía al joven Bonilla casi al borde de la locura. Pacheco le sonrió a ambos, Rufino que lo conocía más que Tapio agradeció el gesto del señor cocinero, y le entregó tres pedacitos de quiniela, para la lotería de domingo próximo. Tapio curó y salió del Penal, pero cinco años después regresa, acusado de haberse robado ganado de la Hacienda Brugal, en La comunidad de Hojas Anchas, en Bajabonico de Las Cañafístolas, en Imbert, San Felipe, cuidad Atlántica.
El señor Tapio tenía un hijo llamado Felipe Minaya, hijo de Hipólita Minaya, ya tenía 23 años cuando estuvo en Villa Evangelista, viéndole en la cárcel, al ver a su padre vistiendo camisa a raya dijo: -¡Coño, pero mi viejo lo que parece es un gato! El guardia que le escuchó, se sonrió, y continuó oyéndole expresar frase del criollismo nuestro ¡Anda la porra!…, yo podía creer otras cosa de él, pero mañoso no lo creo. El joven hijo de Tapio enunció sentencias como: ¡anda al diablo! se ponía la cara entre las manos, ¡mierda! no, no, no valemos ni un ¡carajo!.
El señor Tapio explicó a su hijo, las razones por la que ponían esas rayas, le dijo:- no era por que fuera un mañoso ladrón sino, es una norma universal, de todas las cárceles del mundo, emplean esas rayas para identificar los casos, en fugas masiva o individual.
De manera que en apariencia Minaya, creyó la explicación del padre. Hablaron de las canciones de Pedro Infante, de Miguel Aceves Mejía y de las de Jorge Negrete, rancheras que Felipe imitaba casi a la perfección. Terminaron conversando de Alejandra Minaya, su mujer y madre de Feliciano su otro hermano, quien vivía en Bajabonico de viuda del Atlántico. Había nacido con los primeros días del nacimiento de la larga tiranía de Trujillo, en la ciudad Los Guanábanos, en la Provincia Viuda del Atlántico, llegaban los reflejos de la fama y los olores del bandolerismo gubernamental. Como el olor del un policía muerto, o sea asado en braza que en la tarde, los ciudadanos de poco alcance económico, residentes en Los Guanábanos, comerían con yuca cargada de amargor. La travesura de los individuos como Feliciano Minaya, el hijo de Junín, carecía de limitaciones en los primeros años de su primera juventud. Era un joven de 32 años, alto, cabeza con ojos sin pestañas, semi torcidos sin caer en la bizquera,, espalada ancha, jugaba pelota en los desafíos, cantaba canciones mexicanas, y plenas de las salves del cantar, tocaba Tambora. Su madre era Alejandra Minaya, a quien llamaban Jardín, de allí, proviene el apodo de Feliciano Junín. Cuando la cena, que comerían los vecinos, de Los Guanábanos, era con arenque, una de las mercancías mas barata, para los años 25 hasta 55, Feliciano Junín voceaba mataban un policía. Otro tanto hacía, cuando se olfateaba de la llegada de la patrulla, de soldados del gobierno, entraban a los predios de Los Guanábanos, de inmediato salía corriendo y desde la rama más alta del anón, más oculto, voceaba -ahí se acerca la pataliá. O los polainados. Ese muchacho se ganaba la vida, lustrando zapatos, lo hacía muy bien, eso decían los consumidores, de su servicio. En tiempo de recogida de maní, era él uno de los participantes, en llevarse los primeros lugares. Pero desgraciadamente el hijo de Alejandra Minaya y de José Leoncio Tapio, sufría del mal de las alturas y el gran mal o epilepsia, trastorno crónico del cerebro caracterizado por convulsiones o ataques repetidos. El origen de los ataques dijo el Profesor Sosa Sandoval, puede estar en una lesión cerebral subyacente, en una lesión estructural del cerebro, o formar parte de una enfermedad sistémica, o bien ser idiomática (sin causa orgánica). Los ataques epilépticos varían según el tipo de lesión, y pueden consistir en pérdida de consciencia, espasmos convulsivos de partes del cuerpo, explosiones emocionales, o periodos de confusión mental. Los estudios demuestran que aunque la epilepsia no es hereditaria, existe un rasgo hereditario de predisposición a padecerla que puede ser el responsable de algunos de los casos. Cuando Feliciano permanecía demasiado tiempo bajo los efectos del gran mal, desprendía olores indescriptibles, unos atractivos y otros intolerables pero de corta duración, el de mayor alcance era un aroma a mangos maduros que atraía insectos que él se comía quizá inconsciente. Minutos después por los labios y por los orificios nasales salían chorros de espumas gelatinosas hediondas, que asustaban a los vecinos, quienes temían ser contagiados. Debido a que las crisis epilépticas varían en cuanto a intensidad y a manifestaciones, la epilepsia se divide en los siguientes tipos principales: crisis focales (incluyendo crisis motoras) y crisis generalizadas (incluyendo crisis tipo gran mal y pequeño.
Feliciano, seguía con la manía de niños, salía en las noches de luna a cazar pequeñas ranas, a las que les comían las piernas traseras, según sus conocimientos curaban la gota. Andando en la cañada Marto Diego, comenzó hablar de su padre al que llamaba teniente Tapio. - mi papá prefirió al ejercito, a las 10 tareas. Para esos los primeros días del 1931, el presidente agarraba a los varones sin mirar si eran hombres o niños de mamas. Preferían los que como mi viejo no sabia leer, ni escribir y lo entrenaban para matar. Después de nueve años sirviendo como soldado Bonifacio García no aguantó que le mandaran a matar a Cipriano Bencosme y desertó de la fila… llevándose como lo había hecho Enrique Blanco, el arma de reglamento. Feliciano miraba para los siete aires mientras contaba las hazañas de su padre, al que creía un héroe inmaculado. Las patrullas que lo perseguían, la de Santiago llegaban por el sur, la de Puerto plata, por el norte, y la de Valverde por el oeste. Pero yo que era muy pequeño gritaba ahí va la pataliá. Esos guardias permanecían 15 y 20 días fuera del campamento, por lo dificultoso de los medios logísticos, los caminos, y los ríos… cuando entró a Palmar de los Mieses, se quedó en el solarcito donde vivía un muchacho de nombre Baby Parra. Minutos más tarde se encontró con Alejandra Minaya, su mujer e hijastro Esteban Minaya. Tres meses llegaron y con ellos el pequeño Feliciano. Los primeros que visitaron al desertor fue el señor Femino Polanco quien llegó con dos libros uno de religión y el otro de historia que tenía 1500 hojas. Al soldado no le pareció atinada la llegada de ese para el intruso. Entró al aposento y se acurrucó en la pared fingiendo estar afiebrado.
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José Leoncio Tapio, le prometió a su hijo que pasarían las pascuas del 1961 en familia, pero la muerte de las Mirabal, consumió a Tapio en un estado de ánimo tal, que despertó el 27 de febrero, de 1963, cuando se juramentaba a la presidencia de la república, el profesor don Juan Bosch Gabiño, ante la asamblea nacional, ganador de las elecciones generales con más de 61% de los votos emitidos, del 20 de diciembre del año 1962.
Las brisas lavó el rostro de Felipe Minaya cuando salió al patio del penal, secándose, con un pañuelo de bolsillos, dos pequeñas lágrimas, ebrias de sentimientos filiales, que se movían desde un punto evacuativo, para el hijo desconocidas. Nunca había llorado por padre, ni por padrino, estaba educado para amar y defender a su madre y a las abuelas, pero no para querer a tíos, ni padre, tampoco a abuelos… pero su padre mordió la esencia de sus vínculos naturales, y lo hizo sentirse hijo, creyó que era cierto que la madrugada paría el nuevo día, y se creyó encinta… pensó que sería bueno amar a su padre y espero. A que Tapio iniciara una nueva vida, que su hijo no conoció. No creyó que hubiera sido confundido con el matador de Rufino de la cruz, como el le había informado. Tampoco creyó, que lo habían confinado en la cárcel de Jimaní como castigo, por lo que dijo de la muerte de las Hermanas Mirabal Reyes, y de su Chofer Rufino de la Cruz. Pero de Tapio es mucho lo que se ha dicho y habrá que estar listo para conocer.

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