domingo, 9 de mayo de 2010

imagen del general Jose Maria Cabral, para el Transfuguero de la Tarde novela del Prof. Victor Arias




EL TRANSFUGUERO DE LA TARDE

Profesor Victor Arias
Ediciones Bajabonico
EL TRANSFUGUERO DE LA TARDE
Ediciones Bajabonico


Para los dirigentes fieles y leales al pensamiento político socialdemócrata del doctor José Francisco Peña Gómez

Prof. Victor Arias



Ediciones Bajabonico



Las realizaciones promoviendo el arte afro descendiente, protege con su 34 compañeras y 14 compañeros los usos y tradiciones del pueblo taíno y caribeño, honrando los asuntos afro latinos. Se sostienen con obras de artes manuales que realizan y venden a turistas y a nacionales comprometido con el desarrollo cultural.
Los músicos aficionados entraron y afinaron los instrumentos sin mucho calor, el entusiasmo lo manifestaba un señor de mediana estatura, llevaba un sombrero de cana, de los que emplearon los miembros de la unión cívica nacional luego de la muerte de Trujillo, se lamía su propia boca con la misma, los labios le quedaron purpurados cuando bebió del Cont.




Para los viejos robles que soportaron el filo de las hachas de los camaleones, zoilos y tartufos enroscados en la médula del cuerpo social de los partidos políticos...

Prof. Victor Arias


Ediciones Bajabonico



EL TRANSFUGUERO DE LA TARDE

Caobo sería el nuevo alcaide de la penitenciaría nacional y Rafael Durango encargado de aprovisionamiento Alquileres y desahucios.
Cacheo y Palomina llegaron a la vivienda abrieron, todas las puertas y las persianas salomónicas de maderas, un gato que había en una silla se quedó mirando las manos entrelazadas de los nuevos inquilinos. Lo dejaron porque a Palomina le recordó la mirada de su difunta madre Freslinda. Estando en el lienzo de su soledad se envolvieron en la larga tristeza que por muchos tiempos traían en sus corazones inhibidos… abrieron las alas de este y comenzaron a viajar en un vuelo de suave brisa en los embrujosos besos tibios menos que ardientes con deseos volcánicos…
-¡Ay!, ¡ay!- Dijo ella. ¡Algunas cosas se movieron!
--¿Qué ocurre Paloma? ¡Es simplemente sombra! ¡Son sólo sombras!
--¿Son sólo sombras? Preguntó Ella.
--¡Si,-- ven para acá! dame un beso de tu boca que la quiero besar, no permita que se marche, el dulce calor de tus labios. Está bien, los sentí muy débiles y sin sal porque han perdido el sabor de aquella tarde de rosa y de miel, aquellas mañanas de merengue y ajonjolí… con caldos de tórtolas y yuca horneada en aromáticas tensiones donde el humo se retuerce al entrar por los túneles de tus oídos de mullición y cánticos de océanos cielo y mar.
Ediciones Bajabonico.


--¡Ven! Ven que deseo sentir tus manos sobre mi vientre. No… ahora si, tengo ganas de dormir junto a tu desnudo cuerpo pero por qué te aleja... ¡ah! creía que era por mi perfume… está bien aléjate si lo desea se que no soporta el aliento de limón, ¡ah bueno, no es por eso…!
-- es por el sudor que no quiero ponerlo sobre la sábana blanca, la cambiaré por esa morada…
-- no, no, déjame esa, que es la de mi herencia sentimental incluso racional.
--Yo no comprendo tus maneras, eres una ruedas que se devuelve en lo planos llanos… ¿por qué?
--Pienso que no tienes edad para comprenderlo.
Paloma se retiró de su lado, tres pasos a la izquierda, y al ver que nadie se acercaba, levantó la falda hasta los pechos y mostró al escritor el plumaje que cubría su cuerpo… el maestro sintió que una carga de energía muy alta caía encima de su espíritu juvenil.
-¿Y ahora qué me dices, puedo o no puedo comprender?
EL se levantó de la cama, muy tierno y tan sensible que la tomó por el dedo meñique izquierdo y como a ella le agradaba chupar los dedos se lo puso en la boca. La palomita lo tomó como un grano de maíz y su energía erótica cargaban los acumuladores escróticos del maestro, como dos nuevas baterías
17- 12, ó; 23-12, en esa actitud permanecieron varios minutos, luego la interrumpieron por la inesperada llegada de la madre que llevaba los tratos para la cena.
Camina, para que le traiga un poco de café en lo que les sirvo la comida.
El sol todavía besaba los corotos de la habitación, la brisa rozaba la cabellera primavera, de Palomita que acababa de traer el café cremoso al maestro. Palomita había cumplido los 11 años y sus labios pronunciaban ardientemente en nombre del padrastro y esto lo ponía nervioso a pesar suyo no perdía el equilibrio emocional. Mientras degustaba el café cremoso miraba que ella exhibía los erectos pechos como dos pequeños limones, dos espinas ingenuas y en aparente castidad despertaban la sazón de sus inhibidos deseos con el perfume que salía del horno de su carne.
En la noche cuando las cabras y sus parientes rumiaban bajo los rayos de una luna detectivesca así rumiaba el maestro los títulos de novelas que Palomita tenía en el comedor cuando cenaban. --¿De dónde sacaría Paloma esos libros: “Incesto en Flor”, “Claveles de los labios”, “Flácidas mejillas” y el “Transfuguero de la tarde” encendió un cigarrillo y fue al espaldar de la cama y agarró el sombrero, arropó las espaldas morenas de Fresa su mujer, la miró con cierto cariño entonces salió al patio de la casa. Sintió que se acercaba alguien y al volver la cara se encontró con los labios de la pequeña Paloma que sobre un pequeño banco lo esperaba con ternura. ¡Qué haces aquí, muchacha, está desvelada?--¡No hombre!, vine para estar contigo simplemente. Lo miró, él la miró y colocó el meñique que fuera suspendido en la tarde, y la excitación creció mayor que la anterior. Ella volvió encima del Banquito de madera, y besó al padrastro como si chupara un biberón de diez centavos. En la tarde había hecho mucho calor y la brisa que reía en los bucles de Palomita, estaba tibia y dio en ambos deseo de ir al río a bañarse juntos. En la cercanía del charco de los anones, había ocho sombras que se movían como murciélagos salidos de las cuevas de los truenos. Palomita asió el brazo de su padrastro y la excitación que era de fuego se convirtió en una densa chorrera álgida. Se detuvieron en el flanco de la izquierda y se acomodaron en la peña prieta de los enamorados, era muy cómoda en término relativo había perdido la rigurosidad de otros tiempos. Según la lógica de Palomita, la presencia de las ocho sombras era una misa de salud para que las manos del escritor escribiera en las líneas de su cuerpo las más apasionadas caricias, poniendo los acentos y otros signos puntuativos donde despertaran mayor estímulos hormonales, cada yema digital andaba registrando las señales y vibraciones íntimas del juvenil cuerpo de Palomita, para ella que no conocía otras manos adultas, eran expresiones sutiles, exquisitas fragancias. Pero al abrir los ojos no vio a las ocho sombras, todo era tan negro que no pudo ver sus manos y sintió otra descarga de temor, el amargo surcó el paladar, tosió tres veces, luego besó la tetilla izquierda del padrastro que como posdata subía hasta los pechos los tersos tules de los interiores de la púbera. El miedo era un petardo que explotaba cuando llegaba lo misterioso bajo la sombra y negrura de una noche que había creado hacía un instante para amarse sin temor. Permanecieron una hora más en el charco de los anones y volvieron a la casa después de la media noche. En cada cama dejaban el remordimiento de no saber como se habían ido las 8 sombres.
Palmero Toribio era un hombre rural como cualquiera habitante animal o vegetal en cualquier comarca de cualquier universo. Lo era a carta cabal, tenía esposa e hijos, pero sólo dos hijas, que eran muy pequeñas para la invasión yanquis del 28 de abril, en Santo Domingo en 1965. Su mujer se llamaba Artemisa del Prado, era su tercera pareja nupcial, de ella Palmero había concebido dos niñas y siete varones. Cada hijos suyos llevaba un nombre del entorno pastoril: Manguito Pinto, Florencio, Vergelio, Campeche, Almácigo Pigmento, Anonalio, Higuerón jabonil, cada nombre llevaba el segundo de Pinto, como si hubiese sido un patronímico familiar. Las muchachas se llamaban Fresa Amapola, y Piñalinia Girasol. Palmero tenía un hermano al que por muchos años no veía aunque se enteró por su compadre Aromanio Araujo, que aun no estaba pensionado como profesor y que ahora escribía cuentos y novelas cortas, según los informes del compadre, vivía con la señora Fresinia, en un campo de Puerto Plata, llamado Bajabonico de las Garzas. Pero no sabía si era cierto, porque también aseveraban que tenía una pequeña hija, que a pesar de ser una niña todavía era una zamaragulla que fumaba bajo cualquier mar, lago, o laguna. Supo que la niña se llamaba Paloma, que desde los ocho años asumió la responsabilidad, de aceptar lo que un día descubrió que habitaba en su cuerpo de infante, encontró la llegada de elementos característicos de un estadio vital, superior al suyo, propio a la pubertad y a la adolescencia. Fue sorprendida con los síntomas menstruales, antes de los 10 años, allá en la estancia de su hermano, Cacheo Toribio, según su precocidad no la perturba en nada, y su madre no es conocedora de tal situación, pero sí Cacheo Toribio.
–Cuando lo supe –dijo Palmero-- recordé a mi padre Yucano Toribio Pinto, que se casó tres veces con niñas que se llevaba del camino, como pollitas de los gallineros. Se reía de satisfacción, aunque sabía que no era de buena ley. No soy como mi hermano cojudo, en esos asuntos, pero creo que a ese tipo de mujer se le conoce como platillo precoz, y generalmente son como las pollitas del viejo Yucano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario