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Capitulo 19.
¡Ya vez! ¡Así es! ¡Uquu, no hombre! ¿Quién te dijo cosas como esas?
Donatilio confirmó que ese no es su hijo, comprobó que era todo una urdimbre preparada, para sacarlo de las bondades de sus obras literarias que el público recibía con gran entusiasmo. Pero no vale la pena. El ha vivido despierto a su realidad. Contento con lo que la realidad le ha entregado como cosechero. Marcado para el triunfo.
Si hombre, caramba. Así será, ni más ni menos. Pero por qué no suelta esa rama, se les van a caer los manguitos, están nuevos todavía. Será posible como tú vas a creer cosas como esas. Quien te lo dijo. Ya confirmó que tiene un parecido, pero no es su hijo. A quien él se parece es a Segarra Santos, el que limpiaba los imborrable del puente señaló que es el mismo rostro del doctor Guido Gil. Y que el que sacaron anteayer era el mismo que mostraban hoy a las 8 y 30 minutos los periódicos. Caminemos y entremos al hotelito cobijado de palmas canas, en el patio español hay varias sillas mecedora quizá están desocupadas. No, no entraré, no entraré, estoy sintiendo temor me parece, creo que fue ahí donde murieron los tres jóvenes el mismo días que mataron las hermanas Mirabal Reyes.
Donatilio se molestaba poco, pero había días que lo sacaban de cajetas, entró para escuchar la discusión de los dos compadres, que hablan de asuntos muy molestosos para la salud mental suya.
De qué se trata le preguntó a lo que contestaron: no es nada del otro jardín patrón.
Si que lo es, aseguró el otro. Donatilio lo miró y lo hizo con ojos de piedad. Se rascó el ojo izquierdo y comenzó a escucharlos. ¡Ah bueno! ¿Anja? ¿Cómo? ¿Cómo va ser? ¡Muchacho no digas eso! -¡Anja patrón, es la verdad! Querían que saliera volando como una garza. Pero no pudieron porque no poseen la fuerza moral suya. ¡Ansina es!, dijo el otro satisfecho y seguro. ¡Muy complacido!
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La tristeza en la casa de Donatilio, que habia entrado con los contratos de publicación de cinco de sus novelas inéditas, abrazando su naturaleza y estrangulaba su voluntad. Casilda se hallaba culpable reconocía como si despertara de una larga noche de mucho frío invernal, creyó que la hora había llegado para darle a Donatilio esperanza de vida. Así darle en entrega la verdad de sus nietos. Nadie conocía en la vivienda de Donatilio de la existencia de un cuarto de una sola puerta, y sin ventilación.
Donatilio la bautizó con el nominativo El Defecador, allí invocaba a sus antepasados, los martes y los viernes eran para las nimitas y los cocuyos, los personajes luciérnagas iluminadas. También lo conocía como lámparas. De acuerdo con su estructuración espiritual suya. Santa Teresa de Jesús encabezaba las luciérnagas y Lope de Vega a los cocuyos. En ese rebulujú de elementos había mucho de que hablar, con las luminarias de la antigüedad del siglo de oro español e italiano, donatilio se empañaba en la inclusión a los franceses Chateaubriand, Baudelaire, Y al cubano Alejo Carpentier, a el los unían los espíritus salvajes de luminarias de anteayer lejano y el ayer cercano, recordaba que para entonces, que la autora de la “Morada” decía entre ladridos y alaridos de perro y de gatos… “para hallarse consigo habia que irse al retrete de su vida” en el Defecador el tenía su morada, en su estilo salía limpio de este lugar. Llegó a creer estar en una montaña de purificación, eso como un reposo de pajas electrónicas, como un portal, un cedazo de filtros electrónicos. Del defecador salían mágicas neblinas, y abrían persianas perfumadas con aromas de azucenas y azahares anaranjados, cuando finalizaban las neblinas llegaban cantando las golondrinas de Bécquer, y con los suspiros de Eloisa y Abelardo. Cuando el miércoles llegaba o del sábado el portón del defecador, se convertía en seis pequeñas puertas, y se hemertizaba en otros tres. Y con la energía mental del pensamiento, trayendo la imagen de Román García su padre, y con la presencia de doña Antigua García Disla, su madre, se convertía en dos llavines, con la consecuencia poética de Donatilio éstas se crecían.
En los interiores, la casa, era una masa muda, no se oía nada, tampoco se veía. Casilda descansaba y pensaba que Donatilio estaba en la biblioteca de la casa cural del pueblo. Luego de su llegada salió y en su pensamiento entró donde estaban sus parientes y los consideró tontos anormales fuera de rutas. Los de Julia eran sugeridos y de esa manera saludaban, los de Israel en caso de pedírselos, los de Irene aunque con metrallas o metralletas nunca lo hicieron, reían, reían, y así sus sobrinos consecuencia de un acto racional considerado por ella idiotipo.
Estoy aquí dijo Donatilio, y puso sus tibias manos en los vecindarios del ombligo de Casilda que tembló porque la flor del regocijo embriagó sus sentidos y la colocó a la merced de los brazos y labios de su marido. Que en apariencia tenía muchas ansias de amar.
Para las siete de una mañana lluviosa, Donatilio recibía de manos y labios de Casilda, la información señalando como falsa, la muerte de Rufino, o sea que no había sido en la circunstancia ya descripta. Los ojos de Donatilio, que eran grandes, dejaron su habitad y anduvieron un poco, en los perímetros faciales. Mostrando aspectos angustiantes, de disgusto y de dolor a su semblante, al tiempo que preguntó
– ¿De qué estás hablando Casilda?
– Le estoy hablando, Donatilio, que según estos papeles, es usted abuelo de una docena de hijos: seis son hembras.
– ¿Pero Casilda! dijo entre dientes y se levantó de la silla, dejando que sus ojos volvieran a los predios de los perímetros faciales.
Volvió a la silla y procedió de esta manera:
--Casilda, de ¿dónde obtuviste esos papeles?
Casilda se rascó la cabeza, lo hizo con un solo dedo de la mano derecha, y con la izquierda sostenía el fólder. Ella comenzó a llorar, pero también bostezaba y reía. Daba a conocer, mostraba una personalidad diferente, poca vista, ni en los personajes de su literatura, de sus obras, y recordó a Frank Kaffa, de origen judío y autor de la obra el Proceso.
Donatilio tenia la costumbre de calificar las cosas con los sabores y con los colores. Rozó los labios con los suyos –tengo miedo manifestó con voz de tamarindo. Iba a besar el hombro de Casilda con un beso de limón, pero se detuvo al ver entre los papeles, unas notas, entre las actas de nacimientos y leyó el titular a media voz:
-Nietos y nietas de Donatilio.
Rufino, hijo de Donatilio, adquiere a títulos de compra, a las hijas de oficiales y a otras…Donatilio no comprendió al primer intento y fue al hombro de Casilda, que de repente, con el contenido de la noticia, se había desmayado, puso sus labios de carne y la reanimó terapiándola, la despertó.
Ambos se miraron, sintieron los mismos síntomas de llorar y lloraron, se buscaron al compás de los goterones de lluvias oscilantes, que como una sinfonía percutía, en las hojas del zinc, permanecieron impávidos unos segundos…se abrazaron luego de un sacudión de energía pasional, con la ternura de dos singulares almas, quizá gemelas en algún jardín del pasado. Ambos, con los ojos abiertos, no veían ni los objetos grandes y pintados de la salita de lectura. En cambio con ellos cerrados llenaban de imágenes de recuerdos la salita gráficamente amplificada. La lluvia iba amainando, convirtiéndose en rutina menguaba, pero el calor de ambos cuerpos, surgía como rescoldo para los labios como entes individuales buscarse apagando la luz de ojos con largo besos celestiales. Pasaron dos horas y saliendo de la borrasca del ensueño Donatilio preguntó si conocía los veinte poemas de Neruda. Pero Casilda se sorprendió por fuera y por los otros flancos porque nunca supo que hubiera poema 19… o 5, o 7, comprendió, en segundos, que era un conjunto, que no era simplemente un título. -No sabía que fueran 20 poemas pero creo que lo entiendo Donatilio. Expresó con la dulzura de un botón de rosa roja enamorado. Casilda con su voz de paloma iletrada decía –“me gusta cuando callas porque estás como ausente y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía” volvieron a llorar de sana alegría escucharon el 13 y el 11, después de El escuchar algunos versos que Casilda le leyera que faltaron del Poema 15 dijo
-¿Dime, leíste las tonterías tan graves, que allí pusieron? :- Casilda creía que Donatilio habla de los versos de los Poemas de Neruda. Ah ahora es que entiendo te estás refiriendo al fólder de Rufino. -Sí, pero no les haremos casos, esperemos que traigan una de las criaturas. Entonces… ahí sabremos que hacer. Para eso, dijo Donatilio yo no existe en mí, no hay en mí, ningún tipo de programas.
Casilda leyó en voz tenue también, y, a Donatilio le agradó escucharle.
La de mayor edad, decía en el papel que había enviado Rufino, es hija de la esposa del carcelero, y la de menor, es hija del coronel, ligado a la muerte Pérez Guillén. Siguió Casilda leyendo, lo que decía el documento de marra. - tu nieta, es muy parecida a Mamá, pero la prefería llamar Panchota, como mi madre Nodriza. Es Bonilla Alcalá, hija de la hija, del juez. Donatilio consideró una actitud baja, de alta traición, como una flor corrupta que no podía perfumar sus descendencias. Donatilio cerró los ojos y lo que vio fue a Félix Quicio, que había engrosado demasiado, la barriga ofendía la mirada de la señora Melba García, le colgaba como una corbata de un cuello desobediente. En apariencia había enriquecido porque en la copia que Donatilio hacía, todo era nuevo y reluciente, brillaba, como el oro, las paredes de las habitaciones, era de color dorado. Y en las mejillas de doña Melba, había sosiego y tranquilidad. Pero para Donatilio estaba la marca del beso traicionero del capitalismo.
Lo que no encontraba era relación entre lo leído por Casilda, segundos antes y la situación de prosperidad de sus amigos. La última vez que los recordó, se los veía extraños, raros como si hubiesen pactado con los Ángeles del cielo negro, asustaban, en vez de dar confianza como se los vez ahora, no se aseaban, eso perecían. ¡Claro! era en la imaginación de un hombre, incrédulo. Y para muestra lo dijeron ya, un botón. Melba parece quinceañera y Quicio en la segunda adolescencia. El pelo perdió la palidez de los años viejos. ¿Con quién se estarán viendo? Fíjate, los ojos de pez, que tuvo por muchos años, se han vueltos… ahora son ojos, de santos milagrosos, estaban muy alegres y enamorados. Hasta los pies, tienen otras uñas y un nuevo color. No están nerviosos, ahora eran calculadores, sosegados, cortaban los alambres, donde tenían que cortar. Intentaron vender sus cosechas al mejor comprador, y fue entonces que se le crecieron los dedos meñiques, tanto que eran más gruesos, que los anulares e índices. Míralos son ebanizados, con un pincel de magias celestiales, los zapatos se enorgullecen de recibirlos, en sus santos palacios. Le dan seguridad al caminar.
Cuando Donatilio abrió los ojos, lo que escribió en su libreta de improviso, fue complicado, discordante, hablaba de esta manera:- estamos asustados se ha cometido un gran pero nuevo crimen, contra la naturaleza que está extraña, no se deja embarazar… hay muchas nubes horras, no conseguimos siquiera algunas goteras, que refresquen y den lozanía a los contornos de Villa Evangelista. Se cumplieron esa tarde seis meses esperando la hora, no se conocía lo que le había sucedido al procesador de la lluvia de verano, dijeron los que siempre creen saber de todo, que el dormía sus largas borracheras, luego de las fiestas de San Francisco y de Santa Rosa. Pero el no era hombre de esa calaña, sin embargo al no tener a quien mandar, tampoco a quien ofrecer disculpas, ni cumplimientos, se creyó ser el don, aunque ya no era muy abundante entre los hombres, que se han creídos superiores a otros hombres y hasta les han metido cuco. Juuuh, ellos brincan como cabritos, saltan de allá, para acá, sin acordarse de que, el pueblo lo vigila, como se chequea el nacimiento de los pelos de micos, en los sembrados.
Decir que las nubes estaban embarazadas, era un disparate y un atrevimiento, de parte de los observadores, según el parecer de Casilda, que escuchaba, cuando Donatilio escribía en la libreta para imprevisto, ya que esas siempre anda con deseos de parir, anhela ser encintadas, querían ser dueña… poseer una imaginación pueril. Ellas las, nubes, no se enamoran de nadie, viven enamoradas, y así se manifiestan en la circunstancia que sea. La naturaleza carecía ya, de esa facultad divina de poner sus acciones poderosas, en las curvas de entrada hacia las vísceras de las nubes estelares.
Casilda lo dejó, creyendo que Donatilio, entraba con locura, a la quinta adolescencia, proponiendo escribir un libro sobre las etnias de un personaje socialista, un soldado para la revolución, un soldado para la solución del dolor, de los niños minusvalidos, de los campesinos sin tierra, sin caminos vecinales, sin escuelas, sin hospitales, sin agua potables y sin recreación.
Estaba en la mente de su amigo amante la idea de crear capítulos, dentro de esa novela, donde la mujer capitalista se divorcia del marido capitalista para ir en ayuda de la mujer de barrios y de parajes y de comarcas lejanas o cercanas a los enormes flujos donde el capital calienta el ropero de lujo, donde los hijos del capital ponen sus dedos en las rejas doradas de una cartera o valija repleta de vicios y de apetitos deleitante y corruptor.
Cuando Casilda entró a habitación Donatilio terminaba de grabar el argumento de lo que sería su próximo libro aún no le había encasquillado título, entró las manos por la falda de la camisa de caqui, que a Donatilio, le agradaba exhibir, cuando escribía contra la burguesía imperialista, hizo un túnel de suavidad hedonística, deteniéndose en las esquinas de las palpitaciones delicadas de su entusiasmo sexual, algo bestial esa noche, con el retorno de una lluvia, caída de unas nubes paridas de multiplicidad, como de mellizas y gemelas gotas caídas en paralelo. Sus ganas también eran gemelas o múltiples… dio un ardoroso beso en la nuca de Donatilio, cuando este hablaba de acabar con los gobiernos títeres del vecindario caribeño. Déjalo para mañana- dijo Casilda- ven vamos, te llevaré en anca sube a mi corcova, deja que los hechos se cuidan solos son como los pesos del imperio, los pesos de nosotros son tornillos viejos… Casilda consiguió que Donatilio riera, tenía hora que amaba sin sonreír, y en el idioma de Casilda, eso no era amar. En su diccionario, el amar suyo llevaba risas y lágrimas desprendidas de un lago del mismo corazón en la plenitud del sosiego. Era un zumo vital fortalecedor de energía para amar amando. Donatilio se dejó llevar, ambos entraron a una cama amplia, que ella había arreglado, estaban bajo la casa dentro de la casa, ju, ju, ju. Sólo él la comprendía y no faltaba más. Todavía sus ojos no veían porque los llevaba abiertos. Donatilio veía con ellos cerrados. De esa manera se le drenaba lo negativo y emergía desde sus etnias la pureza el poder virtuoso, el poder para valorar y singularizar lo bueno ungiéndolo a lo útil. Pero a Donatilio en circunstancia con tales se le crecía el tacto y asimilaba por la piel las cosas de su entorno. Asimilaba el roce de las margaritas y de las hortensias, se llenaba de las aromas y perfúmeles de las rosas vírgenes y alicaídas azucenas y briosas camelias. Y entre aromas y goteras de las lluvias gemelas pidió perdón a Casilda para que le hiciera el cuento de Darío que dice: “
“Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar: tu acento. Margarita, te voy a contar un cuento. Éste era un rey que tenía un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día y un rebaño de elefantes, un kiosco de Malaquita, un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita como tú. Una tarde la princesa vio una estrella aparecer; la princesa era traviesa y la quiso ir a coger. La quería para hacerla decorar un prendedor, con un verso y una perla, y una pluma y una flor. Las princesas primorosas se parecen mucho a ti: cortan lirios, cortan rosas, cortan astros. Son así. Pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar.” Casilda conocía a Donatilio y sabía que cuantos lo besara de nuevo le pediría algún otro poemas de Fiallo o de Amado Nervo y por eso estaba preparada. Y el le pidió los versos finales del cuento anterior… a continuación pongo unos versos que Casilda olvidó sin apuro dejó de decir:-
Viste el rey ropas brillantes, y luego hace desfilar cuatrocientos elefantes a la orilla de la mar. La princesita está bella, pues ya tiene el prendedor en que lucen, con la estrella, verso, perla, pluma y flor.
Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar: tu aliento. Ya que lejos de mí vas a estar, guarda, niña, un gentil pensamiento al que un día te quiso contar un cuento.
Donatilio estaba excitado, tanto que las manos sedosas de su amiga y compañera, de treinta y tres años, le llevaron a la fiesta de Palmar, donde Torán celebraba el bautismo de muñeca, recordó que esa noche contaron los que allí estuvieron, que bajo la lluvia y los relámpago, un hombre amigo de su hijo Rufino, se desaparecía en las narices de los presentes y se metía a las pocilga a tomar como hembra a las saleas y a las marranas y que Rufino lo observó que no era un hombre en la realidad, sino un pedazo de árbol, un tronco, algo así, que con las caricias del animal, tomaba aspecto de charamos, que luego de convertirse en el macho del genero desaparecía con la caída de la erección. La boca de Casilda lo hacía salirse de las desteñidas imágenes, aquellas que nunca aceptó ni como reales y mucho menos buenas, tampoco útiles. Esos recuerdos, le sacaron de la concentración sexual y con la ayuda de Casilda entraron en la casa de Los Quicio y los García, ahora millonarios, dueños de agencia de viajes y de envíos aéreos y marítimos.
Ambos pasaron varias semanas sin dejarse ver de ningún vecino de Villa Evangelista- cuentan, los que por allí estuvieron, que Casilda y Donatilio, salieron de viaje, para Venezuela, o para Cuba, donde recibirían un premio en monedas, que Donatilio obtuviera por la novela, Dilema de un Viajero. De regreso a Villa Evangelista, Casilda entera a Donatilio, que van a tener una niña. Y que su otro hermano era el Profesor Apolinar del Monte y Frías, muerto en un accidente camino a Esperalvillo, junto a la madre de Altagracia quienes eras sus amantes. Donatilio no dijo nada ni por una ni por otra.
Fin de Tragedia en el Palmar.
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