lunes, 10 de mayo de 2010

imagen de Doña Elvira Peña de Arias, para los Primos trabajos de Victor Arias



LOS PRIMOS
Original de Prof. Víctor Arias.

En cualquier momento de sol durmiente o de luna despierta, sin quejidos y, sin llantos, sin miradas. Con pocos movimientos, en la cara, en el rostro seco. Estaban a su lado, los parientes.
Pero, uno de los cinco hijos, se había despedido, desde el momento que limpiaron la casa, en operación de aparataje luctuoso.
La ignorancia cierra las puertas de los juicios razonables. Era, para esa, una actitud descorazonada, en los salones de Guanabanía. Subió a las ancas del gigante ganso blanco, llevaba en sus manos una lámpara apagándose, cayendo como gotas de una cántara horadada, acostada encima de sus dolencias, no era cosa que para uno, de los cinco hijos fuera, del otro jardincito donde las corolas y los pecíolos, se marchitaran a la media noche.
Ahí la veían sus nietos y los sobrinos, como una gran rama caída, encadenada a una dolorosa condena, rendida ante los gigantes hoyos del camino no oía los cantos del gallo, donde uno de los cinco hijos, sostenía en silencio su pena, y veía caer como pencas de palmeras, y hojas de naranjos y de jaguas verticales. Se conformaba despejando ruidos de entre los sonidos naturales, el canto de tórtolas y de palomas y el murmullo de la nada, en el silencio sin esperanzas.
Quizá para un sobrino llamado Liviano, sea bella la partida, pero para Enoelio, dolorosa sea. Mas uno de los cinco hijos, con los cerrados ojos la veía viajar con alas de lavazas, sobre las blancuras de las inocentes nubes, dejando caler lágrimas que como el maíz se traducían en matitas espigadas, en los patios de las casas de los parientes más cercanos. Que en tonadas de encantos dejaban caer también la sinfonía de Rafael Solano, las que “Por Amor” cambiaba sus palabras. El sepelio continuaba en desfile sin arrogancia vehemente, mas, con sirope de jengibre y de entusiasmo azucarado cruzaba las líneas en vías cruces lapidarias sondeando los verdes senderos de unas campiñas de dolencias y de quejas pesadas por la preñez alejada de apetencias desventuradas. Pero con pocos movimientos en la cara, en el rostro seco parecía cortar una sonrisa alternada, bajo el sol durmiente, bajo la sombra de lunas despiertas sin quejidos. Me duele su dolor, la hinchazón de sus piernas y la pesadez de la mirada cansada por los años.
Ahora escucho que el canto del gallo despertó a los parientes más cercanos y agarraron las sogas donde estuvo por largas horas amarrada a las alas de tafetán blanco, sobre las nubes de mostazas. Cubriendo el rostro para sostener el peso de la herida que ha provocado su partida.
Así han ocurrido las cosas, con murmullos y pocas quejas, pero el canto de lágrima se volteó después, en el camino hacia la escalera de las nubes de lavazas. Llegó la noche y abrazó el esqueleto y el cuerpo de los Primos. Uno de los cinco hijos siguió organizando su tristeza que emparedaba en un pedazo doble de casabe moscatero. Añejado regurgitando en la esquina de una estación de animosidad pesada cual crucifijo milenario colocando los pedazos de la madrugada, en una lata de barro lechado, a uno de los primo le parecían helados ensangrentado y rumió desgranando las imágenes de la tía conjugándolos en rosarios los recuerdos.
Liviano estuvo durmiendo la tarde entera, no escuchó la caída de los aguaceros, sin embargo se creyó flotar al lado de las nubes de lavazas, autovía que conducía a la séptima montañas. Enoelio llevaba los pies salpicados de lágrimas, como arandelas de gotas cristalinas, salidas de unas bolsas gemelas de ópalos de vidrios. Como un adorable adorno de gotas convertidas en perlas caídas de un árbol antes de menstrual. Mientras tanto Magda, bebía en unas copas de dolencias fiscales su vino de pesadumbres ecuménicas pero ortodoxas. Su hermana Luichina cortaba en pequeñeces como trillas de gramíneas en flores en estivales

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