![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiEe-cUJCXjMxBntCjgolORcqBlW_e3mGK6id2ETxLPkuXiYdkq9WQr9_dVxLSeBEkPdDQClV9D2tXR3Bfwq_ZeELqe3Qk11cwMAIDsEpF3-A2QZlVfsHhEGJFuWXV0TxwA0iWmQCnkpRlw/s320/IMG_0024.jpg)
Apolinar del Orbe, tenía mucho que no sabia de Donatilio, y estuvo pensado ir a visitarle, se sentía comprometido con la sangre de ese individuo de poco hablar si no lo estimulaban al principio. Hablaba muchas veces de las locuras ajenas y decía de los entornos familiares, nunca ha hablado de sus apellidos, de del Orbe, sacado de ¿dónde?, usado por fuera como las guayaberas.
–Mundo entero conocía que nadie de sus parientes, por lo menos, era los que él dejaba ver, usaban el apellido del Orbe. El asunto es, que le agradaba hablar de las locuras ajenas, mas de las suyas, nunca, ni sancocho prieto. Cuando le cogía hablaba de Donatilio Bonilla, lo hacía como de cualquier rifero de loterías que se había tragado el lucio, expresión empleada y aplicada, a los que no pagaban los premios, quedándose con los dineros de éstos. Como el que se tragaba un ratón ya muerto, cogido en la ratonera creyendo que era el pedacito de queso que de carnada habían puesto. Cuando le cogía hablaba diciendo que Tilio era como su hermano, hijo de su heredero, nadie le entendía, lo llamaba hombre subdesarrollado, entelequia del momento, consumidor de súplicas en tacitas de brebajes majestuosos… hablaba de las manos fortalecidas, de los ganchos defensores de campanarios versus las campanas del imperio invasor en noches de las riberas del 1907 y de las noches sin lunas del 1916. Hablaba del murmullo de las olas marinas en maniobras de círculos ecuménicos, en soldadesca de inviernos en los conucos de pueblos entre las barrigas pálidas de mañanas campesinas, entre barrios y azoteas de ensanches y en rodilleras de avenidas imperialistas de carcajadas burguesas. En su cuarto, muchas veces, se quedaba haciendo nudos en sogas marineras, que amarraban los tobillos de la patria hipotecada, luego hacían el coito con aviadores y marinos aventureros. Sin embargo en esa quietud, en la tranquilidad de su vivienda, Polín del Orbe, hace cosas ajenas a su persona, por tener siquiera, una pinta de recuerdos de las vivencias infantiles. Se detiene en sus pensamientos, agarrándose con la mano derecha, la oreja izquierda, y desde allí, sin proponérselo, asalta como a un puerto de bahía, una su verruga, con la que juega unos segundos que les parecen cientos. Tres imágenes que les parecen, cientos también, por la rapidez como pasan, no las puede identificar, empero una se le parece al hijo de Donatilio.
De sus padres, en verdad, halla brumas y vuelos de humos haciéndole musarañas y muecas de olvido, en apariencia, algunas veces cree, que le sacan la lengua y le cortan los ojos. Cree que oyes voces y rebuzno de burro al compás de los relinchos de una yegua que en su imaginación le tira las patas y le orinas las plantas de los pies. Escuchó una noche que alguien decía… eso si que yo te mato… pero nadie conoce del asunto…, es un secreto de logia masónica. Cuando la madre estuvo en el baño, para cambiarse de ropa, porque la despacharían, al retorno halló que en la habitación se oían ruidos de alas como de moscas volando. Una enfermera que la escuchó expresar ideas ilógicas llegó y le preguntó- ¿Señora que le pasa, señora? la esposa de don Román García, se desmayó cuando vio que era su hijito que estaba muerto. La recogieron del suelo llevándola a consultas.
Cuando regresó de la consulta, supo que se habían llevado al otro Donatilio para la morgue. Ya vieja, doña Antigua Bonilla, la madre de los esbeltos gemelos, murió sabiendo que ese cadáver, no era el de su hijito, murió con la amargura de saber que le habían robado a uno de sus gemelos. Otros contaban la historia un tanto parecida, casi sin diferencia de fondo y de forma… decían que cuando llevaron el cuerpito del pequeño muertito, ya estaba descompuesto y que una de las enfermeras era cómpice. De eso no hubo nunca duda.
Para polín, los versos de oro de Pitágoras, no eran más que pajas para las garzas, y, maíz para las guineas, en otras palabras, Polín era un infeliz, no le agradaba lo que beneficiaba a la gente humilde, se había confabulado con los poderosos, pienso que le temía a las características de los hombres y mujeres del pueblo. Quiso repetir algunas estrofas, pero no las encontró, fue por eso que trajo versos de Darío. Tan buenos como los de Pitágoras.
"La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión."
Allí los dejó y comenzó a cavilar sobre su poesía de pajas y de pulpas de maní, sonreía cuando recordaba los versos que hablaban de tiranía y de persecución de obreros y de muerte de obreras en las fábricas, para El, eso, era otra cosa, no era, no podía ser, poesía. Porque perdía lo bello, lo lírico y lo misterioso. ¡Ja, ja! se reía algunas veces del Orbe desconocía las razones de sus risa. Llegó a decir, ¿desde cuando los gerundios y los artículos eran elementos poéticos? por eso consideró disparate, que un poeta dijera, armonizando la llanura de la esperanza, que sublimiza la victoria, agilizando el vuelo, de mariposas proletarias y poéticas, con la lira y la espada de la albura, convirtiendo en cadáver el cuerpo de la época, de la miseria y de la muerte, en transmigración de fiesta, contra el desorden, vistiendo en versos de piedras, de adoración sentimental, a las campanas aliadas con el amor, al pueblo unido con el cordón de la libertad, que prohíbe el uso del brazo humilde, levantando el puño izquierdo, en señal de lucha, evitando la cosecha… que impide la persecución y la muerte. Evitando que la población cosechera de luchas, maneje los canteros de la tierra en latifundio, y rompiera los linderos de los conucos, abriendo caminos, quemando las cruces del cementerio que impusieron los caudillos de imperio. Prohibiendo que el puño crezca, cuando suenen los alaridos de los hijos de la tierra poblada de hambre, elogiando la entrega de los predios como luminosas fuentes, señalando los caminos hacia la justicia, conjugando el futuro de los hombres, en la hamaca de la historia, que se mece. Que camina contra la pútrida flor de la corruptela. Meses después de que Polín estuviera en la residencia de Quicio Altamirano, donde continuó haciendo alarde de conocer las locuras de los hombres, habló con uno de sus compadres del ejército, de las suyas y de las locuras de los seguidores de los dirigentes políticos carentes de carismas y de talentos. Cuando hablaba, al señor del Orbe, se llenaba la boca de babas y les brillaban los cristales de sus ojos achinados. Para Quicio Altamirano, los cuentos del visitante, no les iban, ni les venían, eran gallinas tuertas, y gachas mulas cojas, pero n la boca suya eran perlas en boca de cerdos, eran brebajes de hojas alucinantes, en algunas ocasiones, eran flechas arrogantes que herían en mitad del pecho de buenos ciudadanos, individuos sanos y muy honrados como lo era el señor Donatilio Bonilla. En el camino de la conversación con Quicio, del Orbe recordó las oraciones consideradas por Tilio, poesía para los cambios n el Estado. Abriendo las puertas para las jornadas de crítica sarnosa, hecha por un picapedrero, por un pela cocos secos. Fíjese dijo- decir:- “Hombres satisfechos combatientes vehementemente, luchadores por un planeta de mujeres y de hombres liberados, a favor de las libertades y de los derechos colectivos como de los individuales, luchando contra las cadenas trágicas del complejo de grandeza. Luchando por huertas de plátanos y de huevos de yautías, y de guandules adobados, levantando las banderas blancas, y encendiendo las antorchas olvidadas, quemadoras de sartas de mentiras y de mentirosos, y de los retoños de ambos, y luego brindar del nuevo vino en copas de unificación.
Quicio Altamirano no sabía con qué individuo era que conversaba, no conocía que era un barril de cerradas contradicciones. Llevando unas veces el fusil de los pobres y otras con el dedo sobre el gatillo para favorecer a los oligarcas, y a los Pro imperialistas, raras veces levantando el machete y el arado, cantando palabras como:- abran las puertas, las nuevas páginas que un nuevo niño camina.
Capitulo 4
Polin comenzó a conversar de un pasado que lo atormentaba, no cocía las razones de lo que le sucedía cuando escuchaba cantar la canción que decía.- “Yo cantaré, por que mi sueño es cantar mis penas de amores” le gustaba la voz de Eduardo Brito, pero las lágrimas invadían todo su continente espiritual. Lo bañaban por dentro mucho más que a una piedra en una fría o tibia cañada. De ahí saltaba a leguas que distorsionaban los resultados de cualquier intento por conectarse con los codos de los esqueletos de su memoria estuprada. Y decía frases desordenadas como las esencias populares eran conjugadas en el tablero de los esquejes de ramos y lauros que el coronel llevaba en su quepis o gorro de campañas. Eran según Polín, esencias de los rosales ocultos, luego le confió a Quicio que esas frases en apariencias ilógicas eran un encabezado para las guerrillas que llegarían o llegaron al país por Estero profundo, o por las montañas de la Maimolera, ¡je, je, je! Pero Quicio se sintió molestó porque de su visitante no tenía la más mínima seguridad que se dan los amigos. Hasta le alegó, diciéndole que sus acciones eran trampas, como zarcillos en estacas, con puntas de aceros, encima de un o de varios estanques desfondados, que se comunicaban con el mar caribe, o con el océano atlántico. Las frases de Quicio ni pellizcaron la piel de Polín y esa actitud confirmaban las sospechas suyas. Por eso comenzó a preguntarse y quien era este individuo tan travieso, quién era este hombre, de tantas actitudes capicúas, tan borrego, y finalmente expresó, no me gustan las actitudes ambivalentes.
Déjelo ahí colega, yo no vine a pelear, déjelo por ahí, que lo que quería decirle, se lo diré ahora. Dígame si puedo conversar, sin temor a ser mal interpretado.
Yo no se le dijo, porque tampoco conozco de lo que se trata, amigo. Pero en mi casa mis amigos, pueden hablar de lo que no hiera la esencia ortodoxa de la familia, de lo que una y mantenga protegida la conciencia de la etnia de ambos costados. Los que desunen no caben en mi iglesia, son santos o demonio de otros altares. Usted sabrá la cantidad de energía que cabe en su saché. Para mi honra entran a mi hogar los hombres y mujeres, que en algo, se me parecen a mis padres, decía no permita borrachos en la galería de tu vivienda, tampoco a jugadores de azares.
Esta bien manifestó, Polín, lo que quería era que me acompañara a Esperalvillo, una comunidad de Yamasá, donde tengo unos negocios que luego le explicaré. El señor Quicio se quedó sorprendido por que en su parecer el señor Polín lo estaba tratando como a un bebé, a quien podía engañar con el juego de la coca. Extendiendo un brazo y escondiendo el otro. ¿Y para cuándo está programado el viaje a Esperalvillo, señor? Era para la tarde de hoy.
No, yo no puedo acompañarle, entonces. Ya que tengo que ir a la casa de mi compadre Tilio, que me espera desde ayer, primero de diciembre, fecha que Don Donatilio, usa para festejar, al Lic. José Núñez de Cáceres, al que considera el primer patricio dominicano. Nació (1772-1846), político y abogado, presidente de la Junta de Gobierno provisional (1821-1822). Nació en Santo Domingo de Guzmán, estudió derecho y letras en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, de la que fue profesor y, más tarde, rector. Hasta que por el Tratado de Basilea (1795) acontece la cesión de la parte española, de la isla, a Francia, se marcha del país y se instaló en La Habana, allá desempeña cargos de teniente gobernador y asesor general del gobierno. Después de la reconquista (1795) volvió a Santo Domingo. Para noviembre del 1821 encabeza el grupo que proclamó la independencia y presidió la Junta de Gobierno provisional del Estado Libre de Haití Español. Buscó, el apoyo de Bolívar y de Gran Colombia, y al no conseguir apoyo, entrega el poder al presidente, Jean Pierre Boyer, de Haití, invasor y vecino, con sus tropas (noviembre 1822). Núñez abandonó su patria y se “instaló en Venezuela, para pasar después a México. Murió en 1846, en Ciudad Victoria, en el estado mexicano de Tamaulipas, cuyo congreso le había declarado ciudadano 'Benemérito'”.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario