martes, 16 de marzo de 2010

cap. 7 y 8 de Tragedia en el palmar. novela de Victor Arias



LOS LOCUTORES DE LA PATRIA Y DEL PUEBLO EN ARMAS




Capitulo 7

El profesor Apolinar del Orbe, estuvo en la casa del señor Donatilio, y con la delicadeza que en ocasiones actúa presentó sus excusas cuando se enteró que a Donatilio se le había muerto una pariente que vivía en Trejo de los Vientos en Bajabonico de las Cañafístolas. Comprobó que al señor Donatilio no le importaba si era con ropa de pésame o con camisa de fiestas o zapatos de comer vacas. Ya que Donatilio era un Anacoreta confinado en su recinto domiciliario como un presidiario a domicilio. Era un individuo que no le preocupaba la ruta de los vientos de la oligarquía arribista y de los trepadores corchos y pega palos que le sirve a esa clase o sector de clase ya casi podrido. El maestro Apolinar del Orbe deseó que Donatilio le hubiese hablado de la familia, de su esposa y, desde cuando no sabía de Rufino, porque él conocía a un Rufino que cumplía condena en la penitenciaría. Pero no pudo pedírselo porque vio a Tilio muy encentrado en la caja de libros que el profesor Quicio le había enviado, desde la Estrella. En la referida caja había 16 libros. Nóbel la mayoría, pero comenzaré mencionándole: “Hostos el Sembrador”, “La Mañosa”, “David, biografía de un rey”, tres obras que en mi parecer deberían cualificar y cuantificar para el llamado premio. Permítame callar el nombre de ese autor, entre los que estuvieron a la vista y al alcance del Prof. Polín del Orbe, señalaré “Los hijos del Limo” de Octavio Paz, “Sangre” de Tulio Manuel Cestero, “Emilio el Limpia Botas” “La Colmena” de Camilo José Cela, Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway, “doctor Jivago” de Boris Pasternak. Pero en el fondo de la caja entre otros, estaban Náusea, de Jean Paúl Sastre, “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert, “Lolita”, de Wladimir Nabokov “La Nana”, de “Emil Zola”, “Decamerón”, de Boccaccio, la “Catedral de Mar” de Idelfonso Falconi, “Levantado del suelo”, de José de Saramago, “Platero y Yo”, de Juan Ramón Jiménez. “El Criticón” de Baltazar Gracián.
El señor Apolinar, tan pronto como pudo, estuvo en la penitenciaría, buscaba al Coronel Carmelo, padre de tres alumnos de la escuela Padre García, donde el señor Apolinar del Orbe, enseñaba sociales, busca a un compadre suyo de apodo el Azuano, para que le informara del paradero de Rufino García, ya que según su apreciaciones, ese tal Rufino es el hijo de Donatilio y posiblemente sea quien le abra las puertas entre loa dos hermanos. El profesor hablaba con el señor secretario civil, ayudante del alcaide, en la planta de la cercanía a la escuelita. Estaba sentado en una butaca frente a una pared pulimentada por ella pudo ver que se acercaban hacia su persona, y como estaba en área de esencia bélica, hizo un esfuerzo, para controlar su espíritu belicoso, que aun lleva en su esencia humana.
– ¡Profesor, dice el coronel, que suba, que le está esperando!
-¡Está bien, se lo agradezco, cabo! Luego de permanecer largo rato conversando con el jefe policial, Apolinar le dijo que quería hallarse con un prisionero llamado Rufino, que él presume sea hijo de un amigo suyo, que por varias décadas le cree desaparecido. Como el coronel le pidió señas o algún detalle en particular, le comunicó -me dijo el Azuano, barbero del penal, que el muchacho tiene una pequeña verruga en el cuello, y dice que en el mismo lugar la tiene el hombre que me refiero. ¿Dónde puedo hallar al Azuano coronel?
-No lo se, puede que los amigos suyos, los sepan,
- Se refiere a los civiles,
-Así es Profesor, hable con el secretario del alcaide. El profesor Apolinar dejó el despacho del coronel Carmelo, y se fue a donde los civiles de la procuraduría general de la república, a quien halló fue a Hugo de la Cueva, que era un chico de 19 años, hijo de un teniente de la policía llamado Miguel de la Cueva, se desempeñaba como asistente de cocina pero por ser Bachiller hacía trabajos de oficinas. El era, el que más conocía, después del azuano y de Tapio, a Rufino García. A Hugo les decían, Senin, era muy amigo del señor Andrés Pacheco, quien lo cuidaba como a su hijo. Ya ambos estaban fuera del penal, jugaban dominó en los alrededores, del colmado del señor Chaguito Figueroa, en la calle Duarte, con la calle primera, del Barrio policial. Esa tarde no se pudieron ver porque el profesor Polín estaba siendo requerido por el director de la escuela primaria, de Villa Evangelista, era el día de la independencia nacional de la república y al profesor Polín le correspondía, preparar los temas de sociales de la comunidad escolar, por ser el maestro de las asignaturas. Días después estando en Esperalvillo, el profesor Apolinar recordaba que el coronel empleó lenguaje altamente agreste que en otras ocasiones no, se lo comentó al compañero con quien andaba, sin causar ninguna preocupación. Llegaron a la casa de la amiga suya pero al no estar por el momento fueron a una barra restaurante y se estacionaron a beber cerveza por casi tres horas. El compañero era nada más y nada menos que el profesor Félix Quicio, quien no se hallaba a su gusto. Pero le hacía el juego a su amigo. Según el parecer de quicio el profesor Polín se estaba moviendo a una velocidad descomunal, en el. Ya se habían bebido ocho cervezas presidente, y Quicio fumado 14 cigarrillos marlboro. La barra era muy pequeña, sólo había cuatro mesas y 23 sillas. Una vellonera el mostrador y en un rincón del lado derecho como un pequeño reservado donde ponían cajones de almacén. Parecía una caja de sardinas incomoda para el carácter ruralita de Quicio. Cuando éste regresó del baño, halló a Polin en los brazos de Altagracia, comiéndose a besos al por mayor. Se desvió y fue a la farmacia en busca de un amigo suyo, nativo de Bajabonico de las Cañafístolas, llevaba viviendo en Esperalvillo varios meses. Estuvo en tres lugares y, lo encontró en el laboratorio dental, del señor Doctor Francisco Fabián, oriundo como él de Villa Evangelista. Sus padres eran nativos de los entornos de las comunidades de las Acaguasas y de Chirino, parajes de Monte plata. Las horas para Quicio, iban muy lentas, para los enamorados, muy rápidas. Quicio empantanado en su accionar sicológico no hallaba salida o a la metida de patas suya, de andar acompañando al profesor Apolinar. Que había enterrado en la profundidad de la irresponsabilidad, sus empeños sociales y paternales. Envuelto en los bejucales de una búsqueda insensata no da descanso a sus emociones, tampoco a las energías espirituales que lo llevaron a la búsqueda de Nelson Emilio Kingsley y MENA, paisano y compueblanos, condiscípulos, de más de ocho años en el mismo banco, en las mismas escuelas. Kingsley Mena se había mudado para Esperalvillo en los años 66, desde Bajabonico de las Cañafístolas, había comprado en la región de Monte Plata, una Farmacia, Haciendas y un cortijo con crianza de yeguas pasos finos y caballos árabes para encaste.
Entre tanto Polín encendía sus labios vampirillos, en el cuello blanco de Altagracia de los Naranjos, que al encontrarlos en la Barra restaurante, La Garza, se dejaba desgranar hasta el paroxismo plácido casi letal. Pero la brisa los acompañaba por separados, proporcionándoles una frazada extraída desde los manantiales, sacada de los baúles invernalinos, donde en un romántico muelle de escarcha dormían para despertar en las ocasiones amorosas.
Como Quicio no halló a Nelson sacó su libreta de viaje, puso en las páginas los nombres de 185 parientes suyas del genero femenino que en su entender, cruzaban los brazos de las generaciones arrastrando una pesada cadena ya oxidada por el tanto quedar en la intemperie de los días, de los meses y de los años. Según sus transparencias su hembras, es decir las madres, tías, madrinas de su etnia sólo 23 permanecieron hasta el fin de los días con su hogar, las restantes 162, de algunas maneras han finalizado, viuda o abandonadas… escasas viudas. ¿Qué ocurre en las mujeres…? ¿Dónde está la sal del asunto? Llegó a preguntarse 190 veces el profesor Quicio. Esa Altagracia que bebía en los pozos labiales de Polín, ¿será pariente del general Desiderio Arias? ¿Qué ocurría en esas mujeres? Pero la madre de la madre de Altagracia Arias, era dueña de una hermosa parcela donde crecen las lises y los geranios exuberantes y excelsos.
Polín quitaba el quinto corcho a la octava cerveza casi helada que ofrecía, a la damisela Altagracia Arias, pensaba que la estaba desnudando en plena calle y que era atisbada por todo el pueblo Esperalvillano. De esa manera se mantenía excitado como un toro extraño. Era un sembrador de placer, en el cuerpo de Altagracia Arias, que en su parecer, aplacaba la sed de su capricho, de ex mujer victima de un marido ex policía de a tiranía Trujillista.
Cuando Quicio intentó saber de boca de Polín, el por qué siendo esposo de una joven mujer tan joven, andaba de la boca con Altagracia Arias. El respondió de esta manera: las razones son muchas pero la que menos soporto amigo Quicio es el haberse convertido en farol en casa ajena y bombilla apagada en la suya. Ahora mi mujer deja el perfume donde los vecinos, lo demás puede imaginárselo…, usted amigo.

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