jueves, 4 de marzo de 2010

fragmento de la novela del Prof. Victor Arias. Tragedia en el Palmar


Personajes de Tragedia en el Palmar: Donatilio Bonilla, Tilio, apodo. Félix Quicio, Rufino, Apolinar del Orbe, Polin, apodo, Román García, Antigua García, Perrinchy Hurtado Álvarez, Bolo…

Lugares villa Evangelista, Altamira, Imbert, Bajabonico.
Narración, capítulos… cortos.

Argumento: Argumento: Donatilio al quedarse viudo, con su hijo, luego de que su esposa, muriera de parto, recibe ayuda de Félix Quicio, su amigo, y se desenvuelve con la responsabilidad, de su hijo. Luego del crecimiento de Rufino, su hijo ya adolescente, se introduce en la lectura de las grandes literaturas, inclusa, la científica. Pero el aparente encierro suyo es cumpliendo una promesa de no salir hasta conocer del paradero de su hermano menor. Rufino es diferente al padre y a sus tíos, permanece 35 años en prisión después de ahorcar a una mujer que ofende la memoria de su madre. Donatilio muere varios años después de conocer la familia de su hermano.

Categoría: Novela.

Autor Víctor Arias.


TRAGEDIA EN EL PALMAR

Novela del Prof. Víctor Arias.
Donatilio Bonilla se quedó pensativo cuando su hijo, esa noche, dejó el cortijo del abuelo Julián de la Peña. Las sensaciones que invadieron su continente, eran enormes, les cucutiaban en la espalda y en la planta del pie izquierdo; galopaban en su norte y luego de norte a sur y de sur a este, haciendo el viaje al occidente. Convirtiendo en un viejo hipódromo su cuerpo. ¿Qué le habrá ocurrido a mi hijo? se preguntó. No llegaba a comprender el mensaje que según El, les enviaban sus antepasados. Encendió un cigarro santiaguero, hecho en Jicomé, en la fábrica de los hermanos Frank y de Negro Torres. La puerta se movió… acudió para que el que estaba allí entrara, no había nadie. Los tres golpes que escuchó, se los achacó a Bolo, cuando creyó haber visto que movió el rabo… sin embargo el perro no tenía rabo. ¿Qué ocurría? tenía varios días oyendo llamadas, y viendo cosas que no veía. Lobo lo miró con la simpatía de un animal bueno y lleno de la lealtad perdida hasta en los padres e hijos. Madres e hijas.
–Hola, me da gusto saber que no duerme. Le manifestó al animal que lo miró con honradez.
La gente decía que Tilio, prefería la compañía de una hembra canina a una prostituta, de baja calaña. Llegó a manifestárselo a Félix Quicio, su mejor amigo, quien era un engreído zoofilítico, criador de yeguas y finas acémilas. Andrea la mujer de Tilio murió cuando su único hijo cumplía 13 meses, y fue ahí, que Tilio le tomó afecto a las hembras del mundo de los animales, inauguró una agencia de animales de ubres grandes para que alimentaran a su hijo y con ninguna se aclimató… entonces buscó una cerda como nodriza con la que se quedó a fin de ayudar a su criatura de menos de año y medio. La tuvo que cambiar porque se le enfermaba el pequeño niño, como era un hombre que se jactaba de ser un buen observador, se dio cuenta de que la cerda se ponía en celo cuando el pequeño la mamaba. Un día se lo comunicó a Quicio y como eran individuos de inclinaciones comunes fueron a la habitación de la nodriza. Quicio se sorprendió cuando vio que el animal estaba en la cama donde vivió la madre del pequeño, el lugar era un remanso de limpieza e higiene, figúrese que las sábanas que vestían la cama eran blancas. Trajeron a Rufino, y como era hora de ser alimentado, el animal al sentir la presencia del hijito humano, se subió a la cama sin almohada. Tan pronto los labios del pequeño rozaron la ubre de la madre cuadrúpeda, sintió extraordinario placer y su vulva enrojeció. Quicio tuvo por largo rato la mano izquierda en la boca y la nariz, pensaba… el dedo índice lo movía como si tamboreaba. Se acercó donde Tilio y le dijo- es muy posible que lo que ocurre en su casa es por la mamadera del niño, pero también exista mayor posibilidad que sea por la presencia suya. Oiga Quicio, déjese de broma, ¿por qué puede ser por mi presencia? Sencillamente porque el alma de esa criatura se cree su amada esposa. No se rasque la cabeza, que eso… puede ser así. Pero de donde saca ese disparate tan fuera de lugar. De esta realidad lo saco. La cerda se cree amada. Ha evolucionado, en el espíritu de esa bestia, el antojo y el apetito carnal, por los humanos. Se lo demostraré mientras Rufino se alimenta. ¿Qué hará usted Quicio? No haré nada más que, lo que un niño curioso algo taimado habría hecho… le voy a poner la mano en la vulvita a la cerda, para ver la actitud del animal. Déjela tranquila no se da cuenta que está trabajando, a cambio del placer que la lengüita del infante le proporciona. Sólo es por eso, no busque otras razones. Quicio pasó sus manos por las orejas del animal, y este produjo algunos ronquidos que en Tilio despertaron intereses ocultos, se retiró a la otra habitación para acostar al Rufino que se le durmió entre sus brazos. De regreso halló a Quicio cucutiando la vulvita a la Chonchi que se quejaba de emoción. Y como también lo vio excitado permitió la penetración y el éxtasis llegó en ambos como en una pareja de las dos especies. Tilio parecía avergonzado, Quicio le recordó que cuando pequeños lo hacían con cabras y con cerdas jorras aun vírgenes. Que la cerda nodriza estaba en celos por la presencia de los adultos que lo comprobara con el ahora. Pero que la bañara primero.

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No era cierto que a Donatilio no le agradaba la asistencia de su especie, era mentira de que fuera un misántropo, que odiaba a los seres humanos. Ese hombre es un enemigo de la gente, enemigo de los hombres y que era un zoofilítico. Donatilio buscaba la bueno, lo real, admiraba lo bello y lo perfecto. Pero el había llegado a un estado morboso ya no practicaba deporte, era un hombre sedentario, su mayor quehacer era la lectura, la búsqueda de las ideas, ideas centrales de famosos pensadores. Tilio averiguaba días tras días, las ondas de los hombres despiertos, entre los laboratorios, en cualquiera de los órdenes de saber humano, en los observatorios, en los laboratorios, en donde había individuos iluminados, alejados del bullicios letal de la sociedad consumista, alejado de la piltrafería de pulperas y fabricadoras de gritos y de virutillas enfermizas que como residuos, algunos individuos recogen para beber con su vino y vinagre sucubista, desconocido por los heredero de los embriagados del biberón regalado. Tratar a Donatilio, era un privilegio que no se adquiría por cotidiano ni con frecuencia porque no era fácil encontrarse con esa sepa de hombre, así decía su amigo Quicio cuando por el se le preguntaba. –
-Pienso que usted está muy equivocado compadre Chucho, mi compadre Donato, no asiste a este tipo de jornada, agregó Quicio, en la reunión del club de jugadores de dominó, no que sea inferior ni superior a la gente sino que estas cosas que nosotros hacemos aquí, a mi compadre los apoplejan. Tampoco es cierto que tiene pacto con los demonios, no señor Polin, lo que le ocurre es que mi compadre, ve más que muchos de nosotros. Fíjese dónde cree usted que estará ahora mi merced, nada menos que estudiando, consultando las obras que ayer le enviaran del extranjero, sobre la solidaridad, las reflexiones de los iluminados del universo.
-Pero Díganos Quicio, dónde estudió el señor compadre suyo, para pretender que les consideremos un intelectual.
–Precisamente ese es el botón que le iba a mostrar, era ese, le iba a hablar del más ilustre que en el siglo pasado ha tenido la republica. Pero, lo repetiré a El, el señala que la república tuvo una hermosa cosecha, que debemos honrar, siquiera recordando sus nombres. Señala al puertorriqueño Eugenio María de Hostos, a Salomé Ureña, y arrastra a su pié a un número grande de individuos como Meriño, Fabio Fiallo, a Pellerano Castro… me interrumpo y lo dejo recordé que a esta ahora debo ir a ayudarle a resolver un asunto de un paquete que tiene que enviar a la prensa. Usted sabía que era colaborador de la revista de cuentos y poesías de la secretaría de cultura de la republica Bolivariana de Venezuela. Recuerde Polin que cuando regrese si usted lo desea le debo recordar y contestar la pregunta acerca de la intelectualidad de Donatilio Bonilla. Está bien espero verlo pronto Señor Quicio.
Polín, es el apodo, de, Apolinar del Orbe Frías, un ex policía enfermero por muchos años al servicio de esa institución del Estado, residente en el Barrio Militar, Luego del triunfo del Partido Revolucionario Dominicano en el 1978, permaneció 35 años en el servicio docente, laboró en la escuela Padre García, y en el Liceo nocturno, de Villa Evangelista, junto a Marcelino Prenza, y de Juan Raúl de los Santos. Villa Evangelista, es una pequeña comunidad, de la provincia Santo Domingo Norte.
Polín, esa noche llegó tarde a su casa, de la calle tercera, al norte de la penitenciaría nacional, estuvo por largas horas hablando de Donatilio, al que aun no conocía, según su parecer, era exagerado lo que de él decían. Llegó escuchar que no salía de su habitación ni a recibir la bendición de un pequeño nieto que le llevaban todos los días… antes de irse a la cama en la noche. Supo además que su mujer había muerto de parto en los años que Caamaño entró a la república por la ciudad de San José de Ocoa, precisamente por playa Caracoles. Y que ese hecho, el de la muerte del líder militar de la revolución de Abril, turbó las manos del médico que la atendía, que era gemelo con el oficial que dio las órdenes de linchar al héroe constitucionalista. Polin escuchó a demás que El señor Tilio, no dejaba la habitación porque era un enamorado de la lectura y se la pasaba diciendo que tenía un encuentro con poeta de la cachaza de Neruda, de Asunción Silva, de Pedro MIR, y de Fiallo; pero que en verdad con quien estuvo cita era con Shakespeare, con las tres musas de América: Storni, Ibarboreaux, Mistral… con Juan Bosch, José Martí Juan Ramón Jiménez y con Rubén Darío. En verdad, era una verdad mediática, porque la lectura del señor Donatilio era pluriformal, muy abundante en cuanto a los gustos y estilos. En los últimos meses sólo leía monográficos políticos, acompañado, claro estaba, de la calidad narrativa de la novela, como “El Macedonio”, del novelista Nicolás Guild, trata la vida de Filipo el grande, padre de Alejandro el grande, como las obras “Levantado del suelo” de José de Saramago, “La mañosa” del profesor Juan Bosch. Merecedor de un Nóbel, por ser un universalista. En una mesa tenia la “Catedral del Mar” de Idelfonso Falconi, y “La Ventana de los Lagartos” del Prof. Víctor Arias, y el “Amante Español” del autor Lorenzo de Medici.
Tampoco Polin del Orbe, supo que la crianza de Rufino, es un bollo de amargos y fríos episodios oscuros, de recuerdos dolorosos. Tampoco sabe que el único conocedor de su secreto, es el señor Quicio. El maestro del Orbe no sabe que los vínculos que unen a Quicio y al señor Bonilla.


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El padre de Donatilio Bonilla, era Don Román García Morel, y no conocía lo que le había ocurrido a su otro hijo, nacido el día, que los norgringos, estallaron en Nagasaki, la bomba atómica.
Antigua Bonilla, la madre de Donatilio, había colocado el pequeño, en el lado izquierdo suyo, mientras dormía, y cuando despertó, solo estaba el nido como si hubiese sido un huevo de pava. Los gritos, las acciones dolorosas no sirvieron para que un cristiano le dijera del paradero de la pequeña criatura. Las oraciones y las invocaciones al cielo no han sido aún suficientes para que el destino abra las puertas y permita que los desconocidos se entrecrucen en una ligera o perenne circunstancia.
Don Román García había caído en desgracia en las vísceras de la tiranía, se opuso a ser llevado a empujones a cortar caña, en el central Ozama, en el distrito nacional en los años 59 y acusado de estar estrechado o conectado con un tal Perrinchy Hurtado Álvarez, comerciante Imberteño, y los guerrilleros de Estero Hondo y de Maimón. Fue introducido por la fuerza en la pangola, o sea en una guagua celular al servicio de la policía militar, y nunca más del se ha sabido. Es algo insólito. Pero Tilio cree, que su hermano, anda por ahí. Y que en cualquier momento se encontraran. Tilio cuando pensaba en Apolinario, se rascaba la espalda, y agarraba una verruga que tenía en el cuello derecho. Todos los hijos de mi padre llevan esa seña en cualquier sitio de su cuerpo. Lo se porque mi abuela me lo enseñó. También Papá Román llevaba esa marca en el cuello, ¿sería para bien? Pienso que sí, porque la naturaleza no es dañina, y mucho menos con su propias criatur

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