domingo, 21 de febrero de 2010

pags de una noria en el camino...


Elvira no tenía los ojos verdes, eran negros azabachinos ni el cabello rubio, pero en mi ego la alimentaba como Dalia y como Elvira, hasta que aprendí a borrar de su cara el verde de los sueños colegiales. Era mi fantasía de adolescente colegial… pero llegó Elvira de mirada tierna, de ensueños y de anhelos, la de cabellos negros y ojos opalinos. Estaba durmiendo, me acomodé en sus costillas y dormí hasta cuando despertó Kleber, y dijo: mamí, mamí, mamí acentuaba la última silaba, después me dijo en voces aconjadas y desnudas quejas prosopopéyicas, doña Elvira dejó con dificultad de la cama buscó al primogénito que la esperaba sentado en la cunita. Toñita lo escuchó llorar y llegó en segundo y al decirle que eran las tres de la madrugada dijo “Amor con amor se paga”.
De regreso al hogar desde la escuela el teniente Guzmán me detuvo y me dijo: amarraron el toro, lo amarraron. Cómo vecino dije yo con voz de “Maco abobao,” no le entiendo. Mataron al coronel Caamaño. Lo dijo en un tono de mar tranquilo. Mientras yo hervía en mi caldera de hierro colado, viéndole que fue cambiando con ruindad. Como un tránsfuga batracio. Pensé en el “Arte de vivir” de Andreev Morrois, Y en la simulación por la vida de José Ingenieros, la simulación de la locura del mismo autor. Fingir no entra en mi mundo, en los pórticos de mi teatro real, en los escenarios míos.
Y cuándo fue que lo ultimaron pregunté, no le di el gusto de que de mis labios escuchara la palabra matar. Como venía de trabajar llegué a mi casa sin detenerme al regreso del baño encendí el televisor, pero en algunos de los canales hablaron del asunto. La pena que emitía mi corazón no me permitió comer nada, tiré mi cuerpo hecho viejo encima de la cama, puse encima de mi abdomen de padre que tenía que callar el sufrimiento y la pena por la muerte, por el asesinado coronel fiel y leal representante de los humildes y de los pobres de América del caribe, el más noble príncipe de nuestro pueblo, el de final de siglo… Desiderio Arias y Demetrio Rodríguez, a principio de siglo. Las manos del imperio. Bajé la voz las paredes continuaban oyendo… nueva vez en menos de unas horas Juan Ruiz de Alarcón. Cosme Jiménez director del Liceo, con la experiencia de los años, salió temprano de su casa para evitar que tanto Prenza, Quiñónez como nosotros, no fuéramos al centro docente hoy. Y por separado nos lo dijo:- quédense leyendo no vaya hoy. Es mejor que te agarren asando yuca en una balsa apagada, voy a despachar temprano. Te veré luego, me dijo. Jiménez tenía pensamientos liberales. Era superior.
Cuando veía una película llegó Senin y el señor Meláneo Pacheco.
-¡Buenas noches Profesor! Manifestó Hugo Senin de la Rosa. ¿Cómo le va señora? Se inclinó simulando formalidad oriental
-¡Buenas noches! nosotros respondimos.
-¡Profesor! ahí le devuelvo la obra, es lo mejor que he leído.
-¡Toñita tráele café a los señores, por favor!
-¿Supo de la tragedia de Ocoa? Preguntó Hugo al tiempo que pasaba el periódico donde estaba el cadáver retratado. Con un balazo en la frente

Tenia la boca llena de sangre, peritos en cuestiones bélicas, aseguraron que le dispararon mientras Caamaño fumaba… mientras le encendía otro el cigarrillo.
Si le dije, me enteré por el señor Guzmán que según mi aprehensión me atosiga. Quizá queriendo ordeñar las ubres de la madre del purgatorio sin haber parido, pero me contuve.
-oiga profe, señaló Pacheco- tengo que decirle la historia de dos amigos que son como si fueras mis hijos. Pero dígame si las paredes de esta casa tienen orejas, ¡jajajajaja!
-Uno no sabe, nunca se sabe, mejor hay que ser prudente.
-Con la muerte de Otto Morales- continuó Melaneo, con la de Mariana Pineda, y de Homero Hernández, y los Palmeros, la muerte de García Castro, de Sagrario Díaz. y las desapariciones, de la tragedia de Nizaíto, la muerte de Lalane José… en fin con los caídos con el coronel, los buscadores como carones en el río, en la embajada del imperio visa, con el propósito de lavarles las verijas a los yanquis, podrían ser utilizados como caza recompensas de jóvenes que piensan distintos a ellos. En caso de que hubiera una brecha para Cuba continuaba Melaneo, esos distintos, yo mismo me marchara a buscar la pensión que en capitalismo, me ha negado.
En la casa, doña Hilaria S. Bonilla, con las ventanas cubierta con un paño negro, y el invisible morado, je, je… gime en su pecho los disparos, que a mansalva recibiera el líder constitucionalista. Ofelia debo salir buscaré a Marcos aunque volar tenga, se levantó del sofá y dio un abrazo a Demetrio dándole un largo beso de 32 quilos. En lo que espero leeré estos tres capítulos que son bastantes cortos. La brisa entraba por una persiana que ella abriera con tales fines, y una ligera sin ser invitada cruzó los aleros de la casa. El fluido eléctrico no apareció en toda la tarde, y leyó con lámpara de gas.
En el liceo Juan Pablo Duarte, en el Simón Bolívar y en el Onésimo Jiménez, y en los otros centros escolares nocturnos de la ciudad capital, las movilizaciones, por la muerte del coronel de abril. Pero en los municipios del país teñían de negros la puerta principal de los cementerios. A Demetrio lo llevaron al cuarten de San Carlos acusado de ser el preconizador de la idea de luto en los camposantos. Les rompieron las ropas, golpearon los brazos.
Lo supe, dijo Ofelia, cuando acudí al colmado, a comprar velas y velones, me lo dijo don Salomón.
¡Qué hermosa se ha vuelto Ofelia dijo en silencio Salomón, viéndola sosegado. Tanto tiempo que no te veía me dijo. Le di la gracias, pero según mi aprehensión el se sentía ofendido. Luego de mirarme sin malicia me preguntó si había sabido de la muerte de Gregorio García Castro. ¿De qué Gregorio señor? Del periodista que fuera secretario del Doctor Balaguer en el exilio. En la José Contreras lo mataron, me quedé pensando. ¿Por qué me pregunta…? Me pareció que me miró intrigado. Entonces haciendo muñequitos en el papel de envolver que encima del mostrador había como un mantel, dijo-conocí a sus padres en un campo de la Vega, se llamaban Israel García, y Ana Dolores Castro. Fue siendo un joven todavía diputado y director de Radio Caribe. Yo no lo sabia, tampoco lo sospeché, Salomón, era un horcon, un esqueje económico y moral del movimiento revolucionario. En la búsqueda de los cambios. Era uno de los nuestros

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